“Respondió Job a Jehová, y dijo: Yo conozco que todo lo
puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el que
oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no
entendía; Cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. Oye, te
ruego, y hablaré; Te preguntaré y tú me enseñarás. De oídas te había oído; Más
ahora mis ojos te ven” (Job 42:1-5)
A lo largo de
toda mi vida y habiendo tenido múltiples desafíos, retos, enseñanzas y
realizaciones, puedo decirles con toda seguridad que la experiencia más grata,
la más emocionante, la más sublime, es conocer a Dios. Ahora bien, este
conocimiento sólo es posible por la infinita misericordia de Dios, quien se nos
revela y se nos da a conocer. Esto es posible cuando recibimos a Jesucristo
como Señor y Salvador, pues Él derrama en nosotros su Espíritu, el cual a su
vez, nos da la capacidad de relacionarnos con el Padre de una manera cercana,
estrecha e íntima. Comenzamos a descubrir verdades maravillosas, como por
ejemplo, que Él es amor y es verdad, que es justicia y paz, que es
Todopoderoso, y que podemos entregarle nuestra vida para que Él la dirija,
nuestra mente y emociones para que Él las controle, nuestra voluntad para que
Él nos lleve a todo bien. Esto necesariamente implica un cambio profundo y
radical en todo nuestro ser y por supuesto, comenzar a recibir múltiples
bendiciones.
Hay un hombre
en la Biblia que vivió mucho tiempo creyendo conocer a Dios, pero lo que tenía,
era una información superficial acerca de Él, lo cual no le fue suficiente para
mantener la fe en medio de la prueba, pues sucumbió a ella, llegando a pensar
que Dios lo había abandonado por completo. Se trata de Job, el hombre que lo
tenía todo: bienes, riquezas, honra, amigos, familia, salud, etc. Sin embargo,
en un determinado momento de su vida le sobrevino un duro proceso personal,
perdiéndolo absolutamente todo, sumiéndose finalmente en la tristeza y la
amargura, llegando a reclamar a Dios y a dudar de su amor y misericordia, hasta
que, por fin, se encontró verdaderamente con Él y comenzó a conocerlo
realmente.
Fue entonces
cuando comenzó la restauración de este hombre, al comprender en lo íntimo de su
ser quién era el Omnipotente y Eterno Dios que le amaba y tenía un propósito
excelso para su vida. Ya no hubo reclamos, ya no hubo preguntas, sólo un
profundo y vehemente respeto hacia Aquél que había hecho con sus dedos el
Universo, quien todo lo tenía bajo control y para quien absolutamente nada era
imposible. El relato bíblico nos afirma que la vida de este hombre cambió
radicalmente en la medida en que cambió su relación con su Creador, ya no una
relación fría, lejana, basada en la tradición, sino una estrecha, cercana,
basada en el amor. Muchas veces creemos que los momentos difíciles son la
excusa para apartarnos del Señor, pero no es así, puesto que es justamente en
esos procesos de aflicción donde podemos conocerle de cerca, y experimentar
realmente quién es Él, y entonces, comenzar a experimentar toda la bendición
que Él anhela derramar en nuestra vida.
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