“Sirviendo de buena
voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno
hiciere, ése recibirá del Señor” (Efesios 6:7-8)
No existe nada que
realice y dignifique tanto al ser humano como la hermosa experiencia del
servicio. Es una manifestación del amor, que recibimos de nuestro Padre Dios,
la cual nos permite tener siempre para dar a otros una sonrisa, una palabra de
aliento, un abrazo reconfortante o una mano de apoyo en el momento de la
necesidad. Hay mucha gente que sirve por distintas razones y motivaciones.
Muchos lo hacen por necesidad, como un trabajo, y, en este caso, una justa
remuneración es el pago por su servicio. Pero hay promesa de Dios para
aquellos que sirven de buena voluntad por amor, porque experimentan que todo lo
que Dios les ha dado, es para compartirlo con los demás. Estos sirven de
corazón y con alegría. Lo hacen no como para el hombre, pues en ese caso
esperarían recompensa. Lo hacen sin esperar recibir nada a cambio, y entonces,
es cuando reciben la recompensa de parte de Dios. ¡Qué maravilloso es ser
recompensado por Dios! ¿Imagina usted cómo son las recompensas que da el
Todopoderoso, el Padre bueno, cuya medida para dar es siempre generosa,
apretada y rebosante? Nunca repare en la cantidad del servicio ni calcule su
costo. Entre más pueda servir, mucho mejor. Recuerde que la promesa incluye
que del bien que cada uno hiciere, así recibirá del Señor. Esté dispuesto a
servir antes que a ser servido, aunque esto implique en muchas ocasiones someter
el ego, la comodidad y aún dejar a un lado sus necesidades para atender las de
otros. Esto no es nada fácil, pero el que acepta y adopta el servicio como un
modo de vida, descubre la vida con sentido y realización, felicidad y fruto.
Descubre la vida de Cristo, quien fue exaltado hasta lo sumo por el Padre,
luego de la más abnegada entrega y del más loable servicio: dar su vida por
nosotros (Marcos 10:45)
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