“Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus
raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del
olivo, y perfumará como el Líbano. Volverán y se sentarán bajo su sombra; serán
vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del
Líbano” Oseas 4:5-7
En este hermoso pasaje, Dios compara nuestra vida con la del ser más
benéfico de la creación: el árbol. Si tenemos presente esta comparación,
entonces entenderemos que Dios es para nosotros ese rocío que refresca,
vivifica y reverdece cada mañana nuestra vida, de tal forma que esta tiene que
reunir las siguientes características:
-Poderosas raíces que lo sustentan firmemente: Habla de un carácter
firme, seguro y radical pues se sustenta en Dios y en sus principios eternos
-Ramas que crecen y se extienden extraordinariamente: Habla de una vida
próspera que se enriquece dando a los demás
-Gloria como la del olivo (por el aceite valioso que dan sus frutos y
porque ha venido a ser emblema de prosperidad, belleza, fuerza, paz y bendición
divina): Fortaleza, belleza, prosperidad y una dulce paz interior
-Perfume como el Líbano (Tierra muy fértil de magníficos bosques):
Influencia benéfica que se esparce por todas partes y alcanza a todas las
personas
-Sombra que descansa y alienta: Presencia que acompaña y apoya, alienta
y consuela
-Frutos que vivifican al hambriento: Conoce profundamente y transmite la
Palabra de Dios
-Flores que alegran el corazón: Es notoria en su vida la Verdadera
Belleza
-Olor que deleita el alma: Lleva siempre el olor de Cristo a donde va.
Muchos hombres y mujeres han anhelado esa vida sobrenatural pero han rechazado
todos los esfuerzos de Dios para relacionarse con ellos de manera íntima y
personal. Cuando cada uno de nosotros comprende que el que nos sustenta es el
Señor, dándonos poderosas raíces sobre las cuales apoyarnos y afirmarnos,
entonces entenderemos que nuestra única responsabilidad consiste en permanecer
allí donde somos sustentados y vivificados.
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