lunes, 4 de abril de 2016

Diseñados Para Florecer Y Dar Frutos


“Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano. Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo, y perfumará como el Líbano. Volverán y se sentarán bajo su sombra; serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como de vino del Líbano” Oseas 4:5-7

En este hermoso pasaje, Dios compara nuestra vida con la del ser más benéfico de la creación: el árbol. Si tenemos presente esta comparación, entonces entenderemos que Dios es para nosotros ese rocío que refresca, vivifica y reverdece cada mañana nuestra vida, de tal forma que esta tiene que reunir las siguientes características:
-Poderosas raíces que lo sustentan firmemente: Habla de un carácter firme, seguro y radical pues se sustenta en Dios y en sus principios eternos
-Ramas que crecen y se extienden extraordinariamente: Habla de una vida próspera que se enriquece dando a los demás
-Gloria como la del olivo (por el aceite valioso que dan sus frutos y porque ha venido a ser emblema de prosperidad, belleza, fuerza, paz y bendición divina): Fortaleza, belleza, prosperidad y una dulce paz interior
-Perfume como el Líbano (Tierra muy fértil de magníficos bosques): Influencia benéfica que se esparce por todas partes y alcanza a todas las personas
-Sombra que descansa y alienta: Presencia que acompaña y apoya, alienta y consuela
-Frutos que vivifican al hambriento: Conoce profundamente y transmite la Palabra de Dios
-Flores que alegran el corazón: Es notoria en su vida la Verdadera Belleza

-Olor que deleita el alma: Lleva siempre el olor de Cristo a donde va. Muchos hombres y mujeres han anhelado esa vida sobrenatural pero han rechazado todos los esfuerzos de Dios para relacionarse con ellos de manera íntima y personal. Cuando cada uno de nosotros comprende que el que nos sustenta es el Señor, dándonos poderosas raíces sobre las cuales apoyarnos y afirmarnos, entonces entenderemos que nuestra única responsabilidad consiste en permanecer allí donde somos sustentados y vivificados.

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