“Jehová está
en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará
de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sofonías 3:17)
El gozo es parte de la herencia que
tiene Dios para sus hijos. Es un ingrediente del fruto del Espíritu Santo
morando en nuestra vida, cuyo más grande efecto es producir fortaleza para que
podamos enfrentar con éxito las demandas de la vida, como lo comprendía
perfectamente Nehemías, el gran líder del pueblo de Israel, quien constantemente
afirmaba: “El gozo del Señor mi fortaleza es” (Nehemías 8:10)
Sin embargo, hay muchas personas que no
pueden ser felices. Personalmente conozco muchas para quienes el gozo se alejó
hace mucho tiempo de sus vidas, y ahora es tan inalcanzable, como si fuera un
lujo que no se pueden dar.
Algunos se excusan en su temperamento o
en su forma de ser. Son irritables, se molestan fácilmente, son prevenidos, y
no quieren que nadie “se meta en sus vidas”. Dicen tener la vida organizada a
su manera y no quieren que nadie interfiera. Hay una razón muy clara para esto:
En la lucha por encontrar sentido a su vida y en su creencia de que puede
buscarla independiente de Dios, el hombre crea sus propias identidades, sus
propias fuentes de seguridad, y pone como objeto de su amor las cosas
superficiales. Es decir, el hombre crea su propia fuente de gozo.
Una y otra vez, descubre que detrás de
sus infructuosos esfuerzos, costosos, meramente emotivos, no queda sino un
profundo vacío. Sin embargo, muchos insisten en esa búsqueda ilusa de
felicidad, como advierte tristemente el Señor, a través del profeta: “En la
multitud de tus caminos te cansaste, pero no dijiste: No hay remedio; hallaste
nuevo vigor en tu mano, por tanto, no te desalentaste” (Isaías 57:10)
Desconocen que hay toda una vida
emocionante y feliz a su disposición. Un gozo que le pertenece a Dios y que
pueden comenzar a disfrutar si unen sus vidas a la de Cristo.
Jesús experimentó este gozo mientras
caminaba hacia la cruz, pues, aunque la muerte que le esperaba no era causa de
gozo, el hacer la voluntad de su Padre, sí lo era. Nada le causaba más gozo,
que morir por los pecados de la humanidad, reconciliándola con Dios, y
llevándola a disfrutar esa maravillosa unidad que él vivía con su Padre (Lucas
2: 10-11).
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