lunes, 4 de abril de 2016

El Divino Regalo Del Gozo

“Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sofonías 3:17)



El gozo es parte de la herencia que tiene Dios para sus hijos. Es un ingrediente del fruto del Espíritu Santo morando en nuestra vida, cuyo más grande efecto es producir fortaleza para que podamos enfrentar con éxito las demandas de la vida, como lo comprendía perfectamente Nehemías, el gran líder del pueblo de Israel, quien constantemente afirmaba: “El gozo del Señor mi fortaleza es” (Nehemías 8:10)
Sin embargo, hay muchas personas que no pueden ser felices. Personalmente conozco muchas para quienes el gozo se alejó hace mucho tiempo de sus vidas, y ahora es tan inalcanzable, como si fuera un lujo que no se pueden dar.
Algunos se excusan en su temperamento o en su forma de ser. Son irritables, se molestan fácilmente, son prevenidos, y no quieren que nadie “se meta en sus vidas”. Dicen tener la vida organizada a su manera y no quieren que nadie interfiera. Hay una razón muy clara para esto: En la lucha por encontrar sentido a su vida y en su creencia de que puede buscarla independiente de Dios, el hombre crea sus propias identidades, sus propias fuentes de seguridad, y pone como objeto de su amor las cosas superficiales. Es decir, el hombre crea su propia fuente de gozo.
Una y otra vez, descubre que detrás de sus infructuosos esfuerzos, costosos, meramente emotivos, no queda sino un profundo vacío. Sin embargo, muchos insisten en esa búsqueda ilusa de felicidad, como advierte tristemente el Señor, a través del profeta: “En la multitud de tus caminos te cansaste, pero no dijiste: No hay remedio; hallaste nuevo vigor en tu mano, por tanto, no te desalentaste” (Isaías 57:10)
Desconocen que hay toda una vida emocionante y feliz a su disposición. Un gozo que le pertenece a Dios y que pueden comenzar a disfrutar si unen sus vidas a la de Cristo.

Jesús experimentó este gozo mientras caminaba hacia la cruz, pues, aunque la muerte que le esperaba no era causa de gozo, el hacer la voluntad de su Padre, sí lo era. Nada le causaba más gozo, que morir por los pecados de la humanidad, reconciliándola con Dios, y llevándola a disfrutar esa maravillosa unidad que él vivía con su Padre (Lucas 2: 10-11).

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