“y cuando el Señor la vio, se compadeció
de ella, y le dijo: no llores”. (Lucas 7:13)
Jesús conoce nuestro corazón y sabe cómo
transformarlo. Él ve el sufrimiento de cada quien y tiene la respuesta para
«cambiar el lamento en baile». Él percibe todos nuestros pensamientos y nos
enseña y transforma. Conoce a los desamparados del mundo y ofrece su Presencia
y ayuda. Cuando ve la enfermedad, ofrece la medicina.
Las preguntas que con frecuencia usó Jesús
en su ministerio fueron: ¿Qué quieres que te haga? ¿Quieres ser sano? ¿Por qué
lloras? ¿Quién me ha tocado? ¿Por qué teméis? Jesús lo ve y conoce todo y esta
es la razón por la cual, puede darnos la ayuda correcta y en el momento
preciso. Además, Él nos ama y siente infinita compasión por nosotros. Él se
deleita en la verdad, en la justicia y teniendo misericordia de sus hijos. Al
hacerse hombre y venir a la tierra, Dios muestra su gran deseo de ayudarnos en
aquellas cosas que sólo Él puede hacer.
Hoy en día sigue interesándose por cada
uno, como persona, individualmente. Hoy podemos llegar a Él en medio de
nuestras debilidades, diciéndole como Pedro le dijo un día: «Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6:68). Y así es, Él es el todo
de la vida, no hay sustituto ni otro camino. El corazón de Dios, hoy también
abunda en compasión por nosotros igual que con la viuda de Naín, cuya situación
Jesús asumió como propia, comprometiéndose con la respuesta que esta mujer
necesitaba. Su amor siempre se desborda hacia los que le creen y esperan en su
misericordia.
Hoy también Dios le está preguntando por
sus necesidades, sus sueños y sus anhelos, pues nada de lo que compete a
nuestra vida, lo grande y hasta los detalles más pequeños, le son indiferentes.
Por el contrario, todo lo de nosotros le importa, y para todo, Él tiene una
respuesta. Su deseo es que vivamos una vida abundante y feliz. Recordemos que
aún en medio de su muerte en la cruz, cuando vio a su madre se interesó por su
dolor y desde la cruz la consoló y la ayudó: «Mujer, he ahí tu hijo». (Juan
19:26-27).
Hoy vivo para agradecer al Señor cada día,
cada instante, cada detalle suyo a través del cual he sentido su amor, su
cuidado y su protección. Un día decidí venir a morar bajo las alas del Altísimo
y he podido experimentar la sombra del Omnipotente todos los días sobre mí, mi
familia y mis hijos en la fe. Usted también puede vivir bajo su cuidado, descansar
bajo su mirada. ¡Usted también puede permitirle a Jesús que cuide de su vida!
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