“Él hará volver el corazón de los padres
hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo
venga y hiera la tierra con maldición”. (Malaquías 4:6)
Para la familia en crisis no hay otra
respuesta que la divina. Solo la intervención de Dios en el corazón de cada
persona, fortalecerá los lazos familiares. Una familia temerosa de Dios le
busca y rinde su vida, sus anhelos y sueños delante del Señor.
Es pues, un imperativo para todos los
cristianos edificar primero un buen hogar, ya sea en su papel de padres o de
hijos. La advertencia en este pasaje es muy severa, ya que si el corazón del
hombre no se vuelve hacia la familia, se manifestarán entonces las
consecuencias de la ausencia de la bendición de Dios. Pero el último versículo
del Antiguo Testamento trae una grandiosa promesa y también una fuerte
advertencia. La promesa es la reconciliación y la unidad para toda familia que
vuelve sus ojos a Dios y le entrega la dirección de su hogar.
Tuve la oportunidad de conocer la historia
de una mujer que guardaba en su corazón un profundo odio contra su madre, por
la forma como fue tratada y abandonada durante su niñez. Asistió a una reunión
donde se enseñaba la importancia del perdón para ser sanados de la terrible
enfermedad de la amargura y ser libres para remontarse a una vida excelente y
fructífera. Además, escuchó por primera vez el primer mandamiento con promesa,
que es honrar a los padres y le explicaron cómo debía hacerlo.
Es bueno añadir que esta mujer, cuyo
oficio era cultivar la tierra, trabajaba infructuosamente pues desde hacía
mucho tiempo, la tierra no le daba fruto. Ella tomó literalmente la enseñanza
del profeta Malaquías. Así que se levantó, buscó a su madre, le pidió perdón y
hoy, su pequeña finca está teniendo una cosecha jamás vista. ¿Es coincidencia?,
o ¿es el resultado de obedecer lo que dice el Señor? Valdría la pena en este
día examinar cómo está nuestro corazón con respecto a nuestros padres, también
examinar qué resultados estamos cosechando en nuestra vida. Que no nos suceda
como dice el rey David en el Salmo 127, que estemos comiendo «pan de dolores»,
a causa de no reconciliarnos con los miembros de nuestra familia.
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