jueves, 27 de octubre de 2016

¿Atrapados En El Pasado?


“No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas. He aquí yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad” (Isaías 43: 18-19)

Muchos seres humanos se encuentran presos tras los infranqueables barrotes de la amargura, el odio, el resentimiento, la derrota y la frustración. Por más que luchen, no pueden librarse del fantasma que asalta su mente cada día. Recuerdos dolorosos, agravios, insultos, traiciones y desilusiones, ocupan buena parte de sus pensamientos, determinando poderosamente sus acciones y por tanto, los resultados que obtiene y la calidad de su vida.
Conociendo el grave daño que hace a nuestra vida permanecer en el pasado, cómo nos paraliza y desalienta, cómo nos quita la paz y nos enferma de amargura, la instrucción que Dios nos da es que lo dejemos atrás para siempre. El apóstol Pablo comprendió esta verdad maravillosa y la señala como el camino que nos lleva al perfeccionamiento de nuestro ser: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta” (Filipenses 3: 13-14)
No hay nada que tenga mayor beneficio a nuestra vida que saber que cada día y cada instante, tenemos una nueva oportunidad de parte de Dios para tomar sendas rectas, para sembrar semilla buena. Levantémonos con el poder del Espíritu Santo a tomar la decisión de dejar bajo la cruz de Cristo que murió por nuestros pecados, errores y equivocaciones, todo lo que nos ancla al pasado y nos impide avanzar. No pensemos más que todo tiempo pasado fue mejor. Recordemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, y esto quiere decir que nuestro Padre celestial nos tiene reservado lo mejor. Pongamos nuestra mirada sobre Él, contemplemos permanentemente su poder, su bondad, su fidelidad y su amor que es eterno y permanece para siempre, ese será nuestro derrotero más seguro.

Utilicemos entonces nuestra mente para guardar, recordar y repetir las palabras que nos llevarán a la excelencia, a la victoria en todo, a la felicidad completa, al oír atentamente la voz de Dios, guardarla en su corazón y hacerla parte de su vida incorporándola a su manera de pensar, sentir, actuar y vivir; y por último, poner por obra todo lo que Él le dice.

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