“Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras
hoces; diga el débil: fuerte soy”. (Joel 3:10)
Todos hemos vivido tiempos en los que nos hemos sentido tan
pequeños y débiles que nos han invadido sentimientos de temor y soledad.
Precisamente en estos momentos, es cuando Dios muestra su grandeza, su poder y
ayuda.
Una de las razones por las cuales he
decidido dedicar mi vida a propagar la fuerza y poder que tiene la oración, es
que mucho de lo que comparto, de alguna manera lo he vivido y he visto cómo
Dios me ha respondido y he visto su protección.
En el año 1998, estando recién
operada de una mano a causa de una grave fractura, una tarde llegaron a nuestra
casa cinco personas armadas. ¿Querían robar? ¿Querían secuestrar? ¿Querían
matar? ¡No sé! La verdad es que repetidas veces uno de ellos le ponía su arma
en la cabeza a mi hijo menor. Además, estaban también en casa dos de mis
pequeños nietos y una de mis hijas.
¿Qué hacer en esos momentos en los
que sentimos que nada podemos hacer? Lo único que llenó mi mente fue el pasaje
bíblico «El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del
Omnipotente» (Salmo 91:1). Lo más maravilloso es saber que precisamente en esos
momentos de incapacidad total, donde se manifiesta nuestra profunda debilidad
humana y carencia de toda fuerza, es cuando podemos ser testigos del poder de
Dios. Esto fue exactamente lo que sucedió, pues ninguno de los que estábamos
allí recibimos mal alguno. Milagrosamente fuimos librados de todo peligro.
Así, querido(a) amigo(a), le invito a
que deje entrar en su corazón la fe y la esperanza en la ayuda de Dios y
comience a confiar en que Él tiene cuidado de su vida. Póngase en las manos del
Señor, decida habitar cada día a la «sombra del Omnipotente». No hay otro refugio,
no hay otro auxilio más que Él.
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