Necesitamos tanto el perdón para
nuestras almas como alimento para nuestros cuerpos.
Como humanos somos sensibles a
las ofensas ya sea en acción, omisión o palabras, nos sentimos tan afectados
que lo creemos imperdonable. Pero por qué no pensamos en aquellas cosas con las
que agraviamos a Dios. Lo deshonramos tanto que eso nos impide gozar de su
amor.
Nuestra culpa, aun cuando
procuramos rechazarla nos pesa y es la fuente de muchos sufrimientos e incluso
enfermedades.
El mensaje esencial de las
escrituras consiste en que Jesucristo pagó las deudas por nuestras ofensas.
Sin embargo cuando fallamos el
perdón de Dios es evidente, nosotros también debemos perdonar a quienes nos han
ofendido. Pero ¿Cómo responder a una ofensa? No podemos negar el hecho, ni aun
reconciliarnos teniendo en poco el asunto sin tratarlo a fondo, es decir
perdonar solo en palabras o ignorarlo.
¿Qué hacer? Con humildad y
dispuesto a reconocer nuestras propias faltas, aunque acercarnos a quienes nos
ofendieron no es una tarea fácil, Dios te dará el valor para perdonar y eso
permitirá no solo tu curación y liberación sino también la de la otra persona.
Otorgar el perdón es imitar a
Jesús y sobre todo recordar que nosotros mismos fuimos perdonados.
“Pues para esto fuisteis
llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para
que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca;
quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no
amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.” 1 Pedro 2:21-23