lunes, 27 de julio de 2015

Una de las virtudes más valiosas del ser humano es la gratitud.


Salmo 100:1-5... Este pasaje nos narra la historia de diez hombres que habían caído en una terrible desgracia: eran víctimas de la lepra. Esta, era una enfermedad verdaderamente terrible, incurable y progresiva, que afectaba la piel produciendo grandes placas blanquecinas sanguinolentas que finalmente desprendían fragmentos de piel y tejidos afectados. Por supuesto, estos hombres eran rechazados por la sociedad, tenían que mantenerse aislados del resto de la gente, aun de su familia y amigos. Las leyes eran tan estrictas para evitar el contagio, que si algún enfermo se acercaba a una población más de la distancia permitida, era apedreado.
En estas circunstancias, el Señor Jesús encontró a estos hombres, un día que caminaba hacia una aldea entre Samaria y Galilea. Seguramente habían escuchado hablar del Maestro de Galilea, el hijo del carpintero, cuya fama se había extendido por toda la región, pues no había espíritu o enfermedad que pudiera resistirle. Sabían que era su única esperanza. Así, que quizá les esperaban; quizá lo habían hecho durante muchos días, esperando verlo por allí. Nos cuenta la historia que estos hombres alzaron la voz y clamaron de lejos a Jesús que tuviera misericordia de ellos. Jesús los vio, se acercó rompiendo las normas que prohibían el contacto con ellos, y les habló, dándoles una indicación de ir a presentarse delante de los sacerdotes. Y sucedió lo más maravilloso: mientras caminaban fueron sanos, limpios de la terrible enfermedad.
Aunque inesperada y riesgosa la orden, ellos obedecieron, empezando a experimentar en sus cuerpos, algo extraordinario: estaban siendo limpios de su enfermedad, la lepra estaba desapareciendo prodigiosamente. Era verdad, Jesús era el hijo de Dios, Dios mismo; sólo Él podía haber hecho semejante milagro. Así que uno de ellos, al darse cuenta de su sanidad, volvió gritando, dándole la gloria a Dios y buscando a Jesús para expresarle su amor y su profunda gratitud. ¿Qué cree que pasó con los otros nueve?
Seguramente también nosotros hemos visto en múltiples ocasiones la misericordia de Dios en nuestras vidas pero con un espíritu ingrato, no reconocemos la misericordia de Dios. Llegó el momento de ejercitar la mejor terapia para la salud espiritual: Dar Gracias. Recuerde que el leproso agradecido no sólo fue sano, también fue salvo desde aquel momento. Qué relación tan estrecha hay entre la gratitud y la salvación. ¡Nunca lo olvide!
HABLEMOS CON DIOS

“Amado Señor, en este día quiero pedirte perdón por las múltiples ocasiones en que has estado allí cuidándome, protegiéndome, amándome, sin que siquiera lo notara o estuviera interesado en reconocerlo y mucho menos, en agradecértelo. Te pido con todo mi ser, que me enseñes a vivir permanentemente agradecido. Así disfrutaré de tu maravillosa salvación. Amén”

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