miércoles, 31 de agosto de 2016

El Verdadero Gozo


“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4)

Estar gozosos en todo momento y dar gracias a Dios en cualquier situación que nos toque vivir siempre será motivo de controversia entre aquellos que creen y confían y aquellos que no lo hacen.
Para la mayoría de seres humanos hay una palabra que se convierte en casi una obsesión, y esta es FELICIDAD. Queremos ser felices y pensamos o asociamos esto a posesiones materiales: regalos, joyas, casas, autos; ganar una competencia; vivir con las personas que queremos; hacer el trabajo más fácil, etc.
Todos nuestros esfuerzos se orientan a perseguir este fugaz objetivo toda la vida. Si la felicidad del ser humano depende de estas cosas es fácil entender entonces lo que ocurre cuando los negocios salen mal, muere algún ser querido, el dinero se acaba o perdemos el empleo; «nuestra felicidad» se esfuma y somos presa fácil de la desesperación.
Los hijos de Dios, los que conocemos y vivimos la grandeza de tenerlo en nuestra vida y corazón, aprendemos a vivir con GOZO, el mismo que representa la quietud, la confianza y la seguridad que nos da su Presencia y amor en nuestras vidas; entendiendo entonces con claridad lo que quiere decir: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8:28)
En otras palabras, Dios nos da su gozo, porque Él es alegre. Él es la fuente del gozo, de la misma manera que Él es la fuente del amor, de la verdad, de la misericordia. Por tanto, como hijos de Dios el gozo no debe ser una opción o un sentimiento circunstancial, pues se nos ha ordenado experimentar y expresar el gozo que Él mismo nos da.
Por eso, el Espíritu Santo a través del apóstol Pablo nos dice: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!". Naturalmente que el regocijarse en todas las circunstancias, y cumplir con esto es posible porque el verdadero gozo está en el Señor. De ahí que como hijos de Dios podemos regocijarnos internamente, aunque sea lúgubre todo lo que nos rodea. Su gozo será como un haz potente de luz capaz de disipar todas las tinieblas.

Tenga claro entonces lo siguiente: La felicidad en nuestra vida depende de los acontecimientos, pero el gozo depende de que Cristo more en nuestro corazón.

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