Hay un secreto escondido en las
páginas de la Biblia, y tiene que ver con depositar nuestra esperanza en el
maravilloso regalo de la Presencia de Dios. Una Presencia viviente y radiante
que llena nuestras vidas de gozo, y nos ayuda a crecer en fortaleza, gracia y
gloria. Este Salmo hace referencia al deseo del autor de encontrarse con el
Señor en su morada, y disfrutar de lo que sólo Él le puede otorga: tranquilidad
y paz.
Al que aprende a depender de Dios
momento a momento, exponiéndole completamente su necesidad, siempre le irá
bien; desarrollará una fe inquebrantable y una gran fortaleza interior;
aprenderá a cruzar los desiertos de la vida con valentía y tenacidad, sin
derrumbarse ante nada.
Aquellos que depositan su fuerza en
Dios, y se deleitan en su Presencia, ven en la adversidad un motivo para volver
a experimentar su fidelidad; le agradecen cada mañana por la bella oportunidad
de levantarse y poder transformar la realidad muchas veces adversa. El que
depende de Dios no se queda esperando a que las circunstancias cambien, sino
que se esfuerza, se anima en el Señor y vuelve a intentarlo, convencido de que
éstas lo conducen hacia Él, desarrollando así una de las cualidades más
importantes para el ser humano: la perseverancia. Los que depositan sus fuerzas
en el Señor, desarrollarán poder y victoria; irán de lo bueno a lo mejor y de
allí a lo excelente. Nunca retroceden, siempre avanzan hacia la prosperidad.
Anímese y tome la decisión que le
llevará al éxito. Usted nació para ser un vencedor y el secreto para lograrlo
está en aprender a depositar su fuerza en Dios; recibirá aliento en sus
momentos de cansancio, se elevará y volará como águila; desarrollará sus dones
y habilidades, llenándose de brillo y esplendor.
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