En
un reino pequeño, el Rey era reconocido por ser un hombre justo y compasivo; en
aquellos tiempos se había establecido una ley muy especial, y el castigo por
violar esta ley era recibir 40 azotes. El reo que tenía que ser azotado era
atado a una columna donde se le descubría toda la espalda y el ejecutor desde
una distancia segura lo azotaba con un azote de cuero que tenían en las puntas
unas pequeñas bolitas de metal recubiertas con púas y al tirar el azote las
bolitas se incrustaban arrancando la carne.
Por
lo general, una persona con un estado corporal débil moría antes de que
finalice el castigo. Mientras que las personas con estado corporal fuerte
sobrevivían pero terminaban con toda la espalda desgarrada, hasta el punto de
verse los huesos.
Un
día la madre del Rey fue quien cometió ese delito, fue juzgada y sentenciada.
Por este hecho surgieron dos tipos de opiniones entre el pueblo. Unos decían:
“El Rey es justo, va a dejar que su madre reciba el castigo por el delito”,
otros decían: “Como el Rey ama a su madre y la va a perdonar”.
Llegó
el esperado día del juicio en donde todos los ciudadanos se juntaron en la
entrada del palacio para ver cuál iba a ser la decisión del Rey. El Rey estaba
presidiendo el juicio y cuando presentaron las pruebas en contra de su madre,
tuvo que dar la sentencia: “Aten a esta pecadora en la columna”, dijo.
Por
un lado los ciudadanos decían: “el Rey, si es justo”, y por otro lado hablaban
mal acerca del rey: “¿Cómo es posible que vaya matar a su propia madre?”
Mientras
los soldados llevaban a la madre hacia la columna, el Rey se levantó en
silencio, se sacó su corona y empezó a desvestirse, bajó y caminó hacia donde
estaba su madre quien temblaba de miedo. La abrazó por su espalda quedándose
con ella y dijo: “¡Azoten a esta pecadora!”
El
verdugo al ejecutar la orden, ¿A quién creen que golpeo? Fue el Rey quien
recibió el castigo, porque a pesar del delito cometido no podía dejar que ella
recibiera el castigo. El Rey amaba de gran manera a su madre, pero también
debía ser justo al mismo tiempo. Lo único que Él podía hacer era recibir el
castigo en lugar de ella.
Esta
historia se asemeja al gran amor y la justicia de Dios, al estar sentenciados a
un castigo eterno, El bajó de su trono en forma de hombre para ponerse en
nuestro lugar como lo dice: Isaías 53:5 “Pero él fue traspasado por nuestras
rebeliones y aplastado por nuestros pecados. Fue golpeado para que nosotros
estuviéramos en paz, fue azotado para que pudiéramos ser sanados.” Merecíamos
la muerte por nuestros pecados pero a cambio Cristo pagó el precio y con ello
nos da paso a tener una relación intima con Dios, y de disfrutar las
bendiciones que él ofrece.
¡Tenemos
un valor incalculable, porque valemos la sangre de un Rey!
Romanos
6:23 “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Soraida
Fuentes
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