“Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me
buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”
(Jeremías 29: 12-13)
PASAJE COMPLEMENTARIO: Deuteronomio 32:44-47; Lucas 12:32-34
Buscar a Dios, conocerlo, disfrutarlo como Padre, escuchar su voz, estar
dispuestos a obedecerle, constituye la más alta garantía de que Él estará con
nosotros, que nunca nos dejará, que saldrá por nosotros cada día. Esto fue lo
que el rey David esperaba que aprendiera su hijo, quien le sucedería en el
trono, dejándole con esta enseñanza la más grande herencia que podía entregarle
antes de partir.
Le sería más preciosa que el oro y más útil que las buenas relaciones y
la fama, y además, asegurarían su reinado en el trono de Jerusalén: “Y tú,
Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto
y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y
entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas
si lo dejares, él te desechará para siempre.” (1 Crónicas 28:9)
Hay un tema sobresaliente en esta enseñanza y es que la relación con
Dios incluye corazón. Si no se le busca, se le sirve, o se le sigue, de
corazón, el Señor no podrá tomar lugar en nuestra vida ni manifestarse como Él
lo anhela; por tanto, no disfrutaremos de los innumerables beneficios que encierra
la promesa:
“Y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de
todo vuestro corazón”:
• Recibirá la sabiduría necesaria para vivir feliz
• Hallará la verdadera vida, la vida abundante, con sentido y propósito
• Tendrá la certeza de que no estará en oscuridad
• Habitará bajo el abrigo del Altísimo y contará con su permanente
protección
• Aceptará totalmente su dirección y esto le garantizará la completa
provisión
• Aprenderá a tenerlo como cabeza de su familia y esto le asegurará la restauración
y la sanidad para su casa.
Hay muchos tesoros guardados en el corazón, pues es donde suele
reservarse lo más importante, lo mejor.
Le invito a orar pidiendo perdón a Dios si no le ha dado el primer
lugar.
Luego decida hacer de Dios el tesoro de su vida, su mayor riqueza, su
más grande posesión. “Venda” todo lo que tiene y “compre” este tesoro, cuídelo
y jamás lo pierda.
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