martes, 17 de mayo de 2016

Aclama A Tu Rey


“Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andará, oh Jehová, a la luz de tu rostro. En tu nombre se alegrará todo el día, y en tu justicia será enaltecido. Porque tú eres la gloria de su potencia, y por tu buena voluntad acrecentarás nuestro poder. Porque Jehová es nuestro escudo, y nuestro rey es el Santo de Israel” (Salmo 89:15-18)

Aclamar, es dar voces de júbilo en honor a alguien, glorificar, ovacionar, loar, aplaudir, palmear, vitorear. Bienaventurado el pueblo que hace todo esto para Dios, que sabe reconocer cuál es la verdadera fuente de su poder, de su bendición y de su alegría. Bienaventurados aquellos que no creen que en la fuerza de su propio brazo sino en Dios que los fortalece.
Felices serán aquellos que no tienen puestas sus esperanzas en su trabajo, en su familia, en un amigo, sino en Dios. Su corazón agradecido les hará benditos y traerá a sus familias, posesiones y a todo lo que hacen, una gran prosperidad.
Todos los grandes hombres de fe, poderosos en obra y en palabra, que han dejado una huella imborrable por sus hazañas, al ser instrumentos en las manos de Dios para el cumplimiento de sus planes aquí en la tierra, han sido hombres y mujeres que han aprendido a alabar y a reconocer a Dios. Vivieron vidas bienaventuradas y aun, tuvieron riquezas, pero nunca hicieron de ellas el centro de su existencia. Esto también lo aprendí de un gran hombre a quien admiré pues me enseñó siempre a reconocer a Dios, a agradecerle por todo y a darle el primer lugar. ¡Qué hermosa semilla la que sembró en el corazón de su esposa y sus hijos! pues ahora, es así como vivimos y nos fortalecemos cada día para seguir adelante sin desfallecer.

Otro gran ejemplo en la Biblia fue Moisés, el gran libertador de Israel. Al culminar su misión, antes de ir al encuentro del Señor, compuso un hermoso cántico de acción de gracias a Dios por su fidelidad y su infinita bondad. A través de él, instaba a su pueblo a no olvidarse de Dios, de sus obras poderosas con que los había salvado, pues de lo contrario, ellos y sus hijos acarrearían enormes dolores y aflicciones. Por eso sus últimas palabras fueron: “Escuchad, cielos, y hablaré; y oiga la tierra los dichos de mi boca. Goteará como la lluvia mi enseñanza; destilará como el rocío mi razonamiento; como la llovizna sobre la grama, y como las gotas sobre la hierba; porque el nombre de Jehová proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios. Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en Él; es justo y recto.” (Deuteronomio 32:1-4)

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