lunes, 16 de mayo de 2016

La bendición de ser un pacificador


“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9)

Una de las características más hermosas de aquellos que han tenido un encuentro personal con Jesucristo, y le temen, le respetan, le aman y le sirven, es que desarrollan un espíritu perdonador.
La experiencia de recibir a Jesucristo nos transforma en nuevas personas, hijos de Dios. Él nos comunica su Espíritu y, por tanto, es renovado dentro de nosotros un espíritu recto capaz de amar a pesar de los errores y las equivocaciones, y capaz de perdonar, pues cree siempre y da una nueva oportunidad.
Pero, ¿Cuántas veces hemos hecho la oración del Padre nuestro, repitiendo en múltiples oportunidades la frase: “y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, sin asegurarnos de haber sido inundados con el único amor capaz de perdonar y olvidar la ofensa, como lo es el amor de Jesús?
Recordemos la extraordinaria declaración que pronunció frente a sus verdugos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Él es el mayor ejemplo de amor, de perdón y de reconciliación y, por eso, el primer paso para volvernos pacificadores y ser llamados hijos de Dios, es volvernos a Jesucristo, reconociéndolo y recibiéndolo en nuestro corazón como Señor y Salvador personal.
La presencia de Jesucristo en nuestro corazón nos permite desarrollar un espíritu perdonador que nos lleva a asumir un estilo de vida que se caracteriza por:
• Libertad del resentimiento. Dios quiere que seamos libres de odios, amarguras y resentimientos que contaminan nuestra vida e impiden nuestra comunión con Él. Así que siempre nos pide reconciliarnos con el prójimo antes de presentarnos ante Él, como una condición imprescindible para escucharnos
• Colaboración con los propósitos de Dios. Entendamos que la ofensa del otro me revela su necesidad. Estamos llamados a amar aun a los que nos ofenden, y con la ayuda de Dios, ayudarles a suplir esa necesidad.

Dios ya nos perdonó. Si Él lo ha hecho, ¿Cómo no hacerlo nosotros?

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