“Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9)
Una de las características más
hermosas de aquellos que han tenido un encuentro personal con Jesucristo, y le
temen, le respetan, le aman y le sirven, es que desarrollan un espíritu
perdonador.
La experiencia de recibir a
Jesucristo nos transforma en nuevas personas, hijos de Dios. Él nos comunica su
Espíritu y, por tanto, es renovado dentro de nosotros un espíritu recto capaz
de amar a pesar de los errores y las equivocaciones, y capaz de perdonar, pues
cree siempre y da una nueva oportunidad.
Pero, ¿Cuántas veces hemos hecho la
oración del Padre nuestro, repitiendo en múltiples oportunidades la frase: “y
perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden”, sin asegurarnos de haber sido inundados con el único amor capaz de
perdonar y olvidar la ofensa, como lo es el amor de Jesús?
Recordemos la extraordinaria
declaración que pronunció frente a sus verdugos: “Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen”. Él es el mayor ejemplo de amor, de perdón y de
reconciliación y, por eso, el primer paso para volvernos pacificadores y ser
llamados hijos de Dios, es volvernos a Jesucristo, reconociéndolo y
recibiéndolo en nuestro corazón como Señor y Salvador personal.
La presencia de Jesucristo en nuestro
corazón nos permite desarrollar un espíritu perdonador que nos lleva a asumir
un estilo de vida que se caracteriza por:
• Libertad del resentimiento. Dios
quiere que seamos libres de odios, amarguras y resentimientos que contaminan
nuestra vida e impiden nuestra comunión con Él. Así que siempre nos pide
reconciliarnos con el prójimo antes de presentarnos ante Él, como una condición
imprescindible para escucharnos
• Colaboración con los propósitos de
Dios. Entendamos que la ofensa del otro me revela su necesidad. Estamos
llamados a amar aun a los que nos ofenden, y con la ayuda de Dios, ayudarles a
suplir esa necesidad.
Dios ya nos perdonó. Si Él lo ha
hecho, ¿Cómo no hacerlo nosotros?
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