“El que menosprecia el precepto
perecerá por ello; mas el que teme el mandamiento será recompensado”
(Proverbios 13:13)
Dios nos creó, nos conoce y nos ama.
No puede haber alguien más confiable que Él. Entonces, sólo tiene sentido
escuchar sus instrucciones y hacer lo que Él dice. La Biblia es la Palabra
infalible para nosotros y nos da las claves de cómo caminar tomados de su mano
y bajo su protección; Él nos da una bitácora de vuelo para que no nos
estrellemos sino que, por el contrario, lleguemos sin percances a nuestro
destino, ya definido por Dios, como una vida abundante.
Los mandamientos estipulados por Dios
en la Biblia no son otra cosa distinta que la manifestación de su amor para con
nosotros. El plan de Dios desde la misma creación del mundo fue el de darnos
una vida plena y realizada. La única condición era que le obedeciéramos, pero
lamentablemente nuestro corazón se endureció a tal punto que nos resultó
imposible discernir la voz de Dios, y terminamos menospreciando nuestra propia
bendición. Cuando tomamos decisiones en nuestra propia alma (intelecto,
emociones y voluntad), y no por las instrucciones dadas por Dios en su Palabra,
nuestra vida pierde el rumbo y definitivamente iremos directo al fracaso.
Pero, si no escuchamos la voz de
Dios, ¿Qué otra voz podemos estar escuchando? Por un lado, podemos escuchar
nuestra propia voz, la cual resalta siempre nuestra propia importancia y nos
hace creer que siempre tenemos la verdad, haciéndonos sordos a la voz de Dios.
Esto nos impide reconocer que no lo sabemos todo y nos inhabilita para seguir
instrucciones.
Pero también hay voces externas, del
mundo, que nos separan diametralmente de Dios, que seducen nuestra mente con
ideas aparentemente inofensivas, donde todo está permitido, llevándonos al
relajamiento de las buenas costumbres y a la búsqueda de lo temporal.
Querido amigo, reciba este consejo y
nunca lo olvide: Sólo hay una voz confiable y es la de Dios. ¡Escúchela!
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