“Entonces
Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen”.
(Éxodo 14:15)
En
muchas ocasiones hemos pensado que con sólo anhelar fervientemente las cosas,
ya por ello las tendremos en nuestras manos. Existen también quienes hacen
largas rogativas a Dios creyendo que con sólo orar, pero sin actuar con fe
cambiarán las circunstancias, ignorando que Dios nunca actuará sin que primero
hayamos comprometido nuestra voluntad para decidir creer y obedecer.
La
verdadera oración de fe es aquella que nos permite tomar un curso de acción con
la absoluta convicción de que obtendremos el resultado deseado. La verdadera
oración de fe siempre conduce a una decisión, a una acción y como consecuencia,
a un resultado positivo. Es decir, las cosas hechas realidad.
Moisés
ya había orado y Dios ya había dado respuesta a su necesidad, le había dado dirección
precisa y le había fortalecido en sus promesas. Sólo restaba que Moisés pusiera
su fe en acción y diera los primeros pasos para que el pueblo le siguiera; pero
como seguía sin tomar acción, el
Señor
tuvo que recordarle que ya no era tiempo de clamar más, que había llegado el
momento de actuar. Es así, actuando, levantando su mano sobre el mar, como
Moisés presencia el más grandioso de los milagros: el mar se dividió en dos y
el pueblo pasó en seco.
Muchas
veces, el temor debilita nuestra fe y no nos deja actuar. ¿Ha escuchado una y
otra vez la voz de Dios, diciéndole que tiene que perdonar, ponerse en paz,
amar incondicionalmente, honrar a sus padres independiente del trato que le
dieron, educar a sus hijos en el temor de Dios, hacer su devocional personal
todos los días muy temprano en la mañana, leer y estudiar su Palabra? ¿Cuántas
de estas cosas aún no las hemos hecho y sin embargo seguimos pidiendo a Dios
que transforme nuestra vida, bendiga nuestra familia y nos haga prósperos? Es
tiempo de que la fe se manifieste en actos de obediencia, para ver como ocurrió
con Moisés, los más extraordinarios milagros en nuestra vida.
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