jueves, 14 de julio de 2016

MI VERDADERO PAPÁ


“Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá”. (Salmo 27:10)


Nuestra vida tiene origen en la mente y en el corazón de Dios. En el Manual de Vida encontramos: «Con amor eterno te he amado» (Jeremías 31:3b). Conocer a Dios como Padre es encontrar el principio de salud integral, el comienzo de una nueva vida enmarcada en el amor, es recibir en sus brazos la provisión de aceptación, seguridad y amor que todos los seres humanos necesitamos para disfrutar una vida de éxito y felicidad.
A lo mejor, en nuestros primeros años tuvimos experiencias dolorosas que  nos condicionaron negativamente hacia Dios como Padre; porque inconscientemente proyectamos nuestros resentimientos y decepciones con nuestros padres terrenales, hacia Él. Es por eso que cuando viene Papá Dios con su gran ofrecimiento, nos resulta difícil creer y aceptar su amor, aunque lo necesitamos desesperadamente. Más, el sobrenatural amor de Dios sigue allí, firme, inmenso, inconmovible, hasta que logra derribar las barreras, sanar las heridas, quitar la dureza, y entender que el amor de Dios es el único que llena todo vacío y sana todas las heridas del alma.
Cuando entendemos que Él nos hizo con ternura y sus dedos nos diseñaron con gran cuidado y maestría, y que su Presencia permanece siempre con nosotros, que nunca nos ha dejado, sino que, por el contrario nos ama entrañablemente, y por ello estuvo dispuesto a pagar un precio muy alto, -pero que Él consideró justo por la gran estima que nos tiene: entregar a su propio Hijo a morir en nuestro lugar-, entendemos entonces que Él es nuestro verdadero Padre y empezamos a disfrutarle como tal.
Descubrir y experimentar personalmente ese amor, restaura nuestra autoestima y valía; y en aquellos que fueron abandonados por sus padres, se elimina todo sentimiento de orfandad y soledad. Esto nos lleva en primer lugar a restaurar nuestra comunión con Papá-Dios, y en segundo lugar a perdonar a nuestros padres, amarles y honrarles. De esta manera comienza

a fluir la salud total en nuestro ser, llevándonos a vivir como verdaderos hijos, como personas realizadas y de bendición; nuestra óptica de la vida cambia y como resultado, nos convertimos en verdadera respuesta para nuestra familia y para la sociedad.

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