“Y
cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en
las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres;
de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6:5)
La
oración sincera, es la que sale de un corazón que siente que está comunicado
con su Padre Dios. La primera recomendación que hace Jesús sobre cómo aprender
a comunicarnos con Dios, es que la oración debe nacer del corazón, debe ser
auténtica. En realidad, lo que a Dios le interesa es la actitud del corazón y
no, la elocuencia en las palabras, ya que el único que conoce lo íntimo de
nuestro ser es Dios.
El
ser escuchados o vistos por los hombres era la actitud de los fariseos, cuyas
oraciones no agradaban a Dios, pues buscaban la admiración y reconocimiento de
los hombres. Pero la oración nacida en un corazón humilde, sincero y
necesitado, es la que Dios escucha. Quienes cultivamos una fe personal en Dios
nuestro Padre, sabemos que orar es hablar con Él, y esto, aunque es algo
sencillo, es también el acto más sublime y maravilloso, no sólo porque estoy
hablando no con otra persona que puede ser importante, excelente o maravillosa,
sino porque estoy intimando con Él que es muchísimo más que un ser humano, es
el ¡Creador del universo, es el dueño y diseñador de la vida! ¡Es mi verdadero
Padre!
Pero
ese es precisamente el milagro de la fe y el poder de la oración, que una
persona común y corriente pueda tener acceso a la presencia de Dios y entablar
un diálogo con el ser más extraordinario de todo el universo.
El
Manual de la Vida, la Biblia, nos dice que Dios habiendo hablado muchas veces y
de muchas formas y maneras, en otro tiempo por los profetas, en los postreros
días nos ha hablado por el Hijo. ¿Y qué es lo que no ha hablado? Son incontables
y profundas enseñanzas; entre ellas debemos resaltar aquella que precisamente
enfatizó en el aprender a comunicarnos con Dios. Diríamos que su propósito fue
justamente establecer esa relación que se había perdido desde la fundación del
mundo, mostrándonos el único y verdadero camino al Padre; así lo expresa en
aquella extraordinaria declaración hace más de 20 siglos cuando Jesús se
levantó entre la multitud y afirmó: “Yo soy el camino, la verdad y la vida;
nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6)
Tomemos
éste, el más maravilloso ejemplo de amor y de unidad perfecta del corazón de un
hijo para con su Padre, el de Jesucristo, que resultó en acciones de salvación,
sanidad, libertad para toda la humanidad. También cuando nosotros nos
entregamos de tal forma a la comunión con el Padre celestial, nuestra vida
traerá maravillosos beneficios a quienes nos rodean y a la sociedad entera.
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