jueves, 24 de noviembre de 2016

La Oración Que Agrada A Dios


“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6:5)

La oración sincera, es la que sale de un corazón que siente que está comunicado con su Padre Dios. La primera recomendación que hace Jesús sobre cómo aprender a comunicarnos con Dios, es que la oración debe nacer del corazón, debe ser auténtica. En realidad, lo que a Dios le interesa es la actitud del corazón y no, la elocuencia en las palabras, ya que el único que conoce lo íntimo de nuestro ser es Dios.
El ser escuchados o vistos por los hombres era la actitud de los fariseos, cuyas oraciones no agradaban a Dios, pues buscaban la admiración y reconocimiento de los hombres. Pero la oración nacida en un corazón humilde, sincero y necesitado, es la que Dios escucha. Quienes cultivamos una fe personal en Dios nuestro Padre, sabemos que orar es hablar con Él, y esto, aunque es algo sencillo, es también el acto más sublime y maravilloso, no sólo porque estoy hablando no con otra persona que puede ser importante, excelente o maravillosa, sino porque estoy intimando con Él que es muchísimo más que un ser humano, es el ¡Creador del universo, es el dueño y diseñador de la vida! ¡Es mi verdadero Padre!
Pero ese es precisamente el milagro de la fe y el poder de la oración, que una persona común y corriente pueda tener acceso a la presencia de Dios y entablar un diálogo con el ser más extraordinario de todo el universo.
El Manual de la Vida, la Biblia, nos dice que Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas formas y maneras, en otro tiempo por los profetas, en los postreros días nos ha hablado por el Hijo. ¿Y qué es lo que no ha hablado? Son incontables y profundas enseñanzas; entre ellas debemos resaltar aquella que precisamente enfatizó en el aprender a comunicarnos con Dios. Diríamos que su propósito fue justamente establecer esa relación que se había perdido desde la fundación del mundo, mostrándonos el único y verdadero camino al Padre; así lo expresa en aquella extraordinaria declaración hace más de 20 siglos cuando Jesús se levantó entre la multitud y afirmó: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6)

Tomemos éste, el más maravilloso ejemplo de amor y de unidad perfecta del corazón de un hijo para con su Padre, el de Jesucristo, que resultó en acciones de salvación, sanidad, libertad para toda la humanidad. También cuando nosotros nos entregamos de tal forma a la comunión con el Padre celestial, nuestra vida traerá maravillosos beneficios a quienes nos rodean y a la sociedad entera.

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