Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte, el que domina su
espíritu que el conquistador de una ciudad. Proverbios 16:32
Había una vez un
niño que tenía un carácter muy fuerte. Un día su padre le dio una bolsa con
clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma debía clavar un clavo en la
cerca de su casa.
El primer día el
niño clavó 37 clavos, pero poco a poco fue calmándose porque descubrió que era
mucho más fácil controlar su carácter que clavar los clavos en la cerca.
Finalmente llegó el día en que el muchacho no perdió la calma para nada y se lo
dijo a su padre. Entonces el padre sugirió al hijo que por cada día que
controlara su carácter debía sacar un clavo.
Los días pasaron y
el joven pudo finalmente decirle a su padre que ya había sacado todos los
clavos de la cerca. El padre llevó de la mano a su hijo a la cerca de atrás y le
dijo: -Mira hijo, has hecho bien, pero fíjate en todos los agujeros que
quedaron en la cerca. Ya la cerca nunca será la misma de antes. Cuando dices o
haces cosas con coraje, dejas una cicatriz como este agujero en la cerca. Es
como meterle un cuchillo a alguien, que aunque lo vuelvas a sacar, la herida ya
quedó hecha. Por eso piensa antes de hablar y actuar.
Nuestros seres
queridos y amigos son verdaderas joyas a quienes tenemos que valorar. Ellos nos
sonríen y animan a mejorar. Nos escuchan, nos comparten una palabra de aliento
y siempre tienen su corazón abierto para recibirnos. Cada vez que tengamos la
oportunidad de hacerlo, demostrarles cuánto los queremos y lo importante que
son en nuestras vidas.
Dios nos pone a
cada uno frente a la vida de otros, para impactarlos de alguna manera,
aprendamos a mirar a Dios en los demás. Nunca subestimemos el poder de nuestras
palabras y acciones con un pequeño gesto, porque pueden cambiar la vida de otra
persona, para bien o para mal.
Pensemos dos veces
antes de actuar, pero tres veces antes de hablar.
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