Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
2 Corintios 12:9
Cuenta la historia que Dalila había
intentado varias veces pedirle a Sansón que le dijera qué lo hacía tan fuerte,
pero no lo había logrado hasta que un día le dijo: ¿Cómo puedes decirme “te
amo” si no me confías tus secretos? ¡Ya te has burlado de mí tres veces y aún
no me has dicho lo que te hace tan fuerte!”. Lo presionó tanto que finalmente
logró que Sansón le revelara su secreto: “Nunca se me ha cortado el cabello -le
confesó-, porque fui consagrado a Dios desde mi nacimiento. Si me raparan la
cabeza, perdería la fuerza, y me volvería tan débil como cualquier otro
hombre”.
Dalila arrulló a Sansón hasta
dormirlo con la cabeza sobre su regazo y luego hizo entrar a un hombre para que
le afeitara las siete trenzas de su cabello. De esa forma, comenzó a debilitarlo
y la fuerza lo abandonó. Entonces ella gritó: “¡Sansón! ¡Los filisteos han
venido a capturarte!”. Cuando se despertó, pensó: “Haré como antes y enseguida
me liberaré”, pero no se había dado cuenta que el Señor lo había abandonado.
Así los filisteos lo capturaron y le sacaron los ojos, se lo llevaron a Gaza,
donde lo ataron con cadenas de bronce y lo obligaron a moler grano en la
prisión, pero en poco tiempo, el cabello comenzó a crecerle otra vez.
Los gobernantes filisteos se habían
juntado para celebrar un gran festival y exigían que trajeran a Sansón para que
los entretuviera, así que lo sacaron de la prisión. En ese momento Sansón le
pidió a un joven sirviente que lo llevara hasta el lugar donde se encontraban
las columnas que sostenían el templo y pusiera sobre ellas sus manos. Entonces
oró: “Soberano Señor, acuérdate de mí otra vez. Oh Dios, te ruego que me
fortalezcas sólo una vez más. Con un solo golpe, déjame vengarme de los
filisteos por la pérdida de mis dos ojos”. Entonces Sansón apoyó las manos
sobre las dos columnas centrales que sostenían el templo, las empujó con ambas
manos y pidió nuevamente en oración: “Déjame morir con los filisteos”. Y el
templo se derrumbó. De esa manera, Sansón mató más personas al morir, que las
que había matado durante toda su vida.
Cuando reconocemos que dependemos
completamente de Dios, El convierte nuestros fracasos en victorias, lo hizo con
Sansón y hoy también puede hacerlo contigo, solo acepta que ya no puedes seguir
luchando en tus propias fuerzas y necesitas que Él intervenga a tu favor para
darte la victoria que estás esperando.
Dios no puede evitar las
consecuencias de nuestros actos y decisiones pero si puede hacer que estos sean
más beneficiosos para nuestras vidas.
Un pequeño paso de obediencia es un
gigantesco paso hacia la bendición.
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