“De generación en
generación es tu fidelidad; Tú afirmaste la tierra, y subsiste. Por tu
ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, pues todas ellas te sirven. Si
tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido.” (Salmo
119:90-92)
Todos pasamos por algún
tiempo de nuestra vida por dificultades o adversidades, estas situaciones
tienen que ver con tiempo de aflicción, angustia, preocupación, calamidad,
dolor, etc. En esos momentos cuando se precisa poner en práctica nuestra fe, orando
sin cesar y dejando que Dios nos de su fortaleza; la fe y la oración nos dan la
capacidad de ver oportunidades en medio de los problemas y avanzar. De modo que
cuando vengan esos tiempos inesperados, no se resienta, sino tenga en cuenta lo
que dice el Manual de Vida “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las
cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados” (Romanos 8:28).
Los problemas que nos
rodean son reales, pero Dios es más real y más poderoso que todos los problemas
juntos. La aflicción es un problema devastador. ¿Qué hacer? Basta con levantar
la mirada hacia las alturas desde donde Dios mira y quiere cambiar las cosas
(Isaías 43:19). Uno de los beneficios más grandes de la oración es aprender a
usarla como el mejor instrumento para enfrentar las dificultades que a veces
amenazan con destruirnos. Tal vez la situación difícil que estemos atravesando
nos lleva a creer que no hay salida, ni respuesta; que ya no tenemos esperanza,
razón por la cual nos sentimos tan afligidos. Es entonces cuando necesitamos
tener una relación íntima con el Padre, y clamarle. En mi vida he aprendido
estos dos aspectos claves para enfrentar victoriosos los momentos de aflicción:
* Dejemos de mirar el
problema y concentrémonos en buscar la solución de Dios. Quitemos los ojos de
la dificultad y levantemos la mirada a él. Nos encontraremos con su sonrisa que
comunica paz; su mirada nos da la seguridad que no estamos solos; con su mano
extendida, da respuesta oportuna a nuestra necesidad
* Apartemos diariamente
un tiempo de reposo con Dios. Un tiempo que nos permita buscar sin
interrupciones la dirección de él, conocer sus pensamientos y tomar nuevas
fuerzas para lo que falta del camino
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