Por
tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Procuremos, pues, entrar en
aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.
Hebreos
4:9,11
En
los capítulos tres y cuatro de Hebreos se compara el reposo de Dios a la
posesión de la Tierra Prometida por los hijos de Israel. Esa tierra iba a ser
un lugar donde todas las necesidades serían satisfechas; un lugar donde serían
libres de los ataques de sus enemigos; un lugar del que nadie jamás podría echarlos.
Lo único que tenían que hacer era entrar a la tierra y poseerla. Pero hubo algo
que les impidió hacerlo: la incredulidad y la desobediencia.
Como
creyentes, nosotros también tenemos la oportunidad de entrar a una Tierra
Prometida de abundancia y paz; una tierra donde podemos descansar de nuestras
luchas y disfrutar de la victoria de Dios. Para entrar en ella tenemos que
hacer lo que los hijos de Israel no hicieron: debemos confiar en Dios y
obedecer su voz.
¿Cómo
se llega a ese punto de confianza y obediencia? Para llegar a ese punto es
necesario conocer al Padre, y para conocerlo es necesario estar en comunión con
Él por medio de la oración y de la Palabra: eso le traerá el reposo de Dios.
Nunca
olvidaré cuando descubrí eso por primera vez. Había estado aprendiendo los
principios de la fe y esforzándome por guardarlos. En ese entonces parecía que
deshacerme de la duda y la incredulidad iba a ser difícil. Pero, entonces, un
día empecé a concentrarme en conocer al Padre en lugar de solo conocer acerca
de Él. Cuando lo hice, Él empezó a darse a conocer. Me dio muestras de su
corazón, de su naturaleza y de su amor. Cuando me mostró cuánto quería hacer
por sus hijos, mi lucha se convirtió en paz, mi duda en confianza y mi temor en
obediencia firme. Entonces, pude entrar en su reposo.
Propóngase
conocer a su Padre; dedíquese a esa tarea; procure ese conocimiento. Él tiene
una Tierra Prometida de reposo que le está esperando.
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