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“Cuando
pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.
Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti”. (Isaías
43:2)
Salmo 116:1-19
No siempre puede uno
ahogarse en agua. Muchos se ahogan en momentos de tribulación, de escasez, de
dolor, y de muchas otras circunstancias; otros en cambio, encuentran en todo
aquello la oportunidad para desarrollar su fe, y adquirir fortaleza ante las
avalanchas de la vida.
Esta hermosa promesa de Dios
es para dejarla penetrar en nuestro corazón. Luego, debemos andar y vivir con
ella todos nuestros días. No nos dejemos ahogar en las dificultades. Dios, todo
lo ha hecho ya por y para nosotros. Al darnos su Salvación, nos lo ha dado
todo: Nos ha puesto nombre, somos de gran estima a sus ojos, y su amor sobre
nosotros es incondicional. Recordemos que cuando pasemos por las aguas o por el
fuego, es cuando más cerca estamos de Él; quitemos de nuestro corazón la
zozobra que viene cuando nos sentimos desamparados, abandonados y abatidos.
El Señor es el único que
puede protegernos. Dudar e ir tras otros caminos, sólo aumentará nuestra
incertidumbre. Ya hemos comprobado que no hay más respuesta para el hombre,
sino la que ofrece Dios. Dejemos hoy en la presencia de Dios todas las cargas,
angustias y adversidades.
Dejemos la duda y el temor,
permitiendo que sea Él quien nos proteja y nos dé su paz, que sobrepasa todo
entendimiento, inundando nuestro ser. Cuando empezamos a sentirnos
espiritualmente pobres, es hora de pedir, buscar y llamar. La forma es la
oración. No dejemos que pase otro día, sin tener la certeza en nuestro corazón,
que Él nos está llevando por sus caminos.
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