La
mayoría de los cristianos no estamos preparados para enfrentar la aflicción y
el sufrimiento. Quizá sabemos mucho acerca de las pruebas, pero todo ese
conocimiento teórico no nos prepara del todo para hacerle frente de la mejor
manera. Sólo cuando tenemos que vivir una verdadera adversidad o un dolor muy
profundo como la pérdida de un ser querido, descubrimos la fuente del verdadero
consuelo y qué es lo único que nos puede sostener.
A todos,
desde los comienzos de nuestra vida cristiana se nos enseña, que a los que aman
a Dios todo les ayuda a bien y que toda situación difícil tiene un significado
y un propósito; pero muchas veces la sola comprensión de estas palabras no
logran disminuir nuestro dolor. Hay momentos en la vida en que no es suficiente
con saber que ese dolor pasará y que quedará una gran enseñanza. La palabra de
Dios nos da la respuesta en 1 Pedro 2:21: “Pues para esto fuisteis llamados;
porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis
sus pisadas”.
El pasaje
nos explica que Cristo realmente experimentó y experimenta el dolor y el
sufrimiento con nosotros. Es precisamente cuando la vida carece de significado
y cuando se está resquebrajado como resultado de la pena y el dolor, cuando
Dios nos toma más cerca y camina con nosotros durante ese momento difícil… “no temeré
mal alguno, porque tú estarás conmigo”.
La
verdadera esperanza no es que todo será mejor al final, sino que cuando nada
parece tener sentido, Dios está allí por nosotros y no contra nosotros; que Él
está sufriendo juntamente con nosotros y mucho más importante, Él está ahí para
mostrarnos su amor, momento a momento, durante cada paso del proceso.
0 comentarios:
Publicar un comentario