La obediencia a Dios es el secreto de
las vidas que triunfan; para el rey David era su estilo de vida y la forma como
había aprendido a relacionarse con Él. En múltiples oportunidades pudo
comprobar que no existía otra forma de ser bendecido y prosperado en su
caminar, aparte de la fidelidad a Dios y a su Palabra, por eso, no duda en
enfatizarle a su hijo Salomón la manera como debía conducirse en el transcurso
de su vida.
Obedecer y poner por obra los
mandamiento de Dios, requiere que cultivemos en nuestra vida la diaria comunión
con Él, dejando que trasforme nuestro corazón, de tal forma que se convierta a
la rectitud y a la integridad delante de Dios. En otras palabras, un corazón
perfecto para temerlo, para conocerlo y para seguir fielmente sus sabias enseñanzas.
Salomón debía en adelante aprender a buscar a Dios, no olvidarse de él ni de su
ley; debía comprender que solo dependiendo del Todopoderoso era que podía estar
seguro en su reino.
Nosotros también debemos pedirle a
Dios que nos de un corazón perfecto, limpio, puro y humilde para reconocerlo en
todos nuestros caminos, si queremos vivir seguros y confiados no podemos dejar
de lado estos mandatos, puesto que solo el Señor puede mostrarnos el verdadero
camino, y llevarnos por senderos de bendición. Sin embargo, si lo dejamos, si
nuestro corazón le rechaza, si nos volvemos obstinados y empezamos a actuar
según nuestro parecer, Dios también nos dejará a la deriva de nuestras
decisiones.
Continuamente el Señor nos hace el
mismo llamado para que alberguemos en nuestro corazón sus palabras que son vida
y nos dan seguridad y firmeza. ¿Dónde está nuestra confianza? ¿Está nuestro
corazón dispuesto a obedecer? Papá Dios nos bendice con su palabra al decirnos:
“El temor de Jehová es para vida, Y con él vivirá lleno de reposo el hombre; no
será visitado de mal.” (Proverbios 19:23)
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