Dios es justo y todas sus obras son
justas. Es por eso que existe una ley espiritual que se cumple en todo lugar,
momento y circunstancia: “Todo lo que el hombre siembre eso también segará”. Si
el hombre siembra amor, recogerá amor. Si el hombre siembra bondad, recogerá
bondad. Si el hombre siembra paz, recogerá paz. En esto consiste la perfecta
justicia de Dios.
La paz, es uno de los dones más
preciados que existen. Absolutamente todos los seres humanos buscan con ahínco
aquello que podría proporcionarles un poco de paz, pero casi nunca lo
encuentran. Piensan que la paz la brinda una persona, un trabajo, una
estabilidad económica, un mejor gobierno, etc. Hacen muchas cosas para
conseguirla pero desconocen el único camino señalado por Dios para encontrarla:
Sembrarla permanentemente por dondequiera que vayamos.
Ahora bien, la paz comienza en un
corazón lleno de amor, con una permanente actitud de perdón y de reconciliación
y una constante disposición de hacer bien a los demás. Es más que aprender a
llevarse bien con los otros, es aprender a amarlos, a aceptarlos como son,
procurando siempre el bien para ellos, practicando en todo momento la regla de
oro del Señor Jesús: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con
vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12).
La paz implica comprender que cada
persona es única e irrepetible, que tiene derecho a sus propios criterios,
juicios y decisiones; que los intereses, deseos y necesidades son particulares;
que las metas, propósitos e ideales ajenos no tienen que coincidir
necesariamente con los propios.
Buscar la paz implica aceptar la
posibilidad de los errores personales y de los otros, de las equivocaciones
propias y de los demás. Es comprender que convivir es difícil, pero el amor de
Dios en medio de nosotros lo hace posible. ¡La paz es un ideal imposible según
los métodos de los hombres, pero posible según los métodos de Dios!
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