jueves, 21 de abril de 2016

UNA MADRE ADMIRABLE


“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas... Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba” (Proverbios 31:10, 28)

Qué hermoso y admirable es el papel de la madre: formar hijos. Dios mismo le ha conferido especiales facultades con las que Él mismo la ha dotado: Amor, paciencia, perseverancia, sabiduría, sensibilidad, diligencia, ternura y firmeza a la vez. Por estar muy cerca de ellos, incluso físicamente a través del proceso de gestación, y luego durante la infancia y juventud, la madre ejerce naturalmente una poderosa influencia sobre sus hijos, que debe ser aprovechada para esculpir valores y cualidades de manera indeleble en el carácter de sus hijos, que la llevarán a ser grandemente recompensada con una profunda estima, valoración y admiración por parte de su familia.
Pero esto sólo es posible cuando la mujer renuncia a sus esquemas mentales y paradigmas, a sus pensamientos y experiencias, a sus métodos tradicionales aprendidos culturalmente, y permite que Dios le enseñe a ser la madre que Él desea, buscando como a joya preciosa, su gracia y su sabiduría, tal y como dice la palabra de Dios: “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia. Engrandécela, y ella te engrandecerá; ella te honrará, cuando tú la hayas abrazado. Adorno de gracia dará a tu cabeza; corona de hermosura te entregará” (Proverbios 4: 7-9)
Si así lo hace, también su influencia dejará una huella eterna como lo hicieron muchas madres a las que la palabra de Dios exalta por su labor:
• Ana, la madre del profeta Samuel: Quien al entregar su corazón a Dios para que Él ocupara el primer lugar, estuvo dispuesta a vaciarse de su amargura, tristeza y resentimiento, para que Dios la llenara de amor, paz y poder. Fue ungida por el Espíritu Santo, tuvo la fe y el valor para dedicar su hijo a Dios, llegando a ser uno de los profetas más amados de Israel
• Elizabeth, la madre de Juan el Bautista: Al ser sensible a la voz de Dios y creer en sus promesas, comprende que su hijo es apartado como siervo de Dios y ella misma experimenta la unción del Espíritu Santo para formarlo.

• Y la misma María, la madre de Jesús, quién formó a su Hijo para que Dios cumpliera a través suyo su propósito de salvar a la humanidad.

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