“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?
Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas... Se
levantan sus hijos y la llaman bienaventurada; y su marido también la alaba”
(Proverbios 31:10, 28)
Qué hermoso y admirable es el papel
de la madre: formar hijos. Dios mismo le ha conferido especiales facultades con
las que Él mismo la ha dotado: Amor, paciencia, perseverancia, sabiduría,
sensibilidad, diligencia, ternura y firmeza a la vez. Por estar muy cerca de
ellos, incluso físicamente a través del proceso de gestación, y luego
durante la infancia y juventud, la madre ejerce naturalmente una poderosa
influencia sobre sus hijos, que debe ser aprovechada para esculpir valores y
cualidades de manera indeleble en el carácter de sus hijos, que la llevarán a
ser grandemente recompensada con una profunda estima, valoración y admiración
por parte de su familia.
Pero esto sólo es posible cuando la
mujer renuncia a sus esquemas mentales y paradigmas, a sus pensamientos y
experiencias, a sus métodos tradicionales aprendidos culturalmente, y permite
que Dios le enseñe a ser la madre que Él desea, buscando como a joya
preciosa, su gracia y su sabiduría, tal y como dice la palabra de Dios: “Sabiduría
ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere
inteligencia. Engrandécela, y ella te engrandecerá; ella te honrará, cuando
tú la hayas abrazado. Adorno de gracia dará a tu cabeza; corona de hermosura
te entregará” (Proverbios 4: 7-9)
Si así lo hace, también su
influencia dejará una huella eterna como lo hicieron muchas madres a las que
la palabra de Dios exalta por su labor:
• Ana, la madre del profeta Samuel:
Quien al entregar su corazón a Dios para que Él ocupara el primer lugar,
estuvo dispuesta a vaciarse de su amargura, tristeza y resentimiento, para que
Dios la llenara de amor, paz y poder. Fue ungida por el Espíritu Santo, tuvo
la fe y el valor para dedicar su hijo a Dios, llegando a ser uno de los profetas
más amados de Israel
• Elizabeth, la madre de Juan el
Bautista: Al ser sensible a la voz de Dios y creer en sus promesas, comprende
que su hijo es apartado como siervo de Dios y ella misma experimenta la unción
del Espíritu Santo para formarlo.
• Y la misma María, la madre de
Jesús, quién formó a su Hijo para que Dios cumpliera a través suyo su
propósito de salvar a la humanidad.
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