miércoles, 20 de abril de 2016

LA PRESENCIA DE DIOS, ES PROTECCIÓN


“¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres! En lo secreto de tu presencia los esconderás de la conspiración del hombre; los pondrás en un tabernáculo a cubierto de contención de lenguas” (Salmo 31:19-20)


¡Qué bueno saber que todas las circunstancias de nuestra vida están bajo el control de nuestro amado Dios! Saber que nos ama y tiene cuidado de nosotros, nos permite mantenernos firmes en nuestra fe, sin importar lo que pueda acontecer a nuestro alrededor. Dios es bueno para con todos, pero en este pasaje bíblico son descritos como objeto especial de su bondad, de su cuidado y de su protección, los que le temen y los que esperan en Él. En tiempos de persecución, la Providencia de Dios les esconde, como en pabellón sagrado, guardándolos a salvo de sus enemigos.
Hay hermosas historias que nos ilustran esta promesa, pero una de las que más me conmueven, es la de Nehemías. En la época del exilio de Israel en Babilonia, por los años 450-440 a.C, se levantó este líder espiritual y cívico, que aunque servía de copero al rey Artajerjes I, sintió una profunda necesidad de regresar a su destruida Jerusalén, para ayudar a iniciar su reconstrucción, y preparar así el retorno del pueblo judío a su tierra.
Era una tarea imposible de realizar, por la rapidez con la que había que llevarse a cabo, por el desánimo generalizado entre los pobres habitantes que habían quedado en la ciudad, y por la presencia de unos incisivos enemigos que constantemente desanimaban al pueblo para que abandonara la obra y los muros de la ciudad no fueran reconstruidos. Sorprende la valentía de este hombre para humillarse constantemente delante de Dios, ante cada dificultad, entrando al templo, postrándose y clamando la protección y el respaldo de Dios.
Ante cada ataque, él y su pueblo oraban fervientemente y reforzaban el trabajo, haciendo turnos de obra y de guardia, día y noche. De esta manera, el pueblo se mantuvo motivado, sin que las burlas y calumnias de sus enemigos los debilitaran. ¿El resultado? El muro fue terminado en 52 días. Pero lo más importante, es que se había comenzado la reconstrucción de la vida espiritual del pueblo, dando el primer paso para la reconstrucción social, política y económica de una nación.

Si nos mantenemos fieles a Dios, esperando en su presencia, Él hará lo mejor por nosotros. Nos guardará y nunca tendremos que ser avergonzados.

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