Sólo Dios
puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro ser, y nos ha dado
para esto, un regalo muy especial, una tierna y permanente compañía que nos
trae consuelo, abrigo, motivación, descanso, dirección y limpieza, nos muestra
la verdad, nos corrige y doblega nuestro ser interior ante Él, con el único
propósito de dirigirnos hacia la armonía y salud total características de la
persona de Jesús, cuya obra comienza a manifestarse a través de nuestra vida.
Todo esto lo hace la maravillosa persona del Espíritu Santo.
Jesús pronto
iba a dejar a sus discípulos, pero se sentía seguro conociendo que nada les
haría falta, pues todo lo tendrían con su Santo Espíritu. Él los cuidaría y
guiaría ahora, los mantendría en la verdad, les recordaría sus enseñanzas. Nada
pudo tranquilizar más a los entristecidos discípulos que saber que la presencia
divina vendría a morar en cada uno de ellos. Aunque no podían imaginar cómo
sería, habían aprendido a creer lo que no entendían.
Así también,
la misma promesa es para nosotros. Ya hemos recibido al Espíritu Santo cuando
aceptamos a Jesucristo como Señor y Salvador de nuestras vidas, pero ahora es
necesario entregarle el control de todo nuestro ser para que Él nos llene y
manifieste la vida de Cristo en cada uno. Esto implica mudarnos, cambiarnos,
transformarnos en nuevas personas, así como sucedió a los apóstoles en
Jerusalén.
Rindamos
entonces el control de nuestra vida al Espíritu Santo, disponiéndonos a obedecerle
momento a momento. Entonces, Él podrá tomar todo de nosotros y ayudarnos a
vivir como Dios quiere, llevándonos a la dimensión de lo sobrenatural,
experimentando una vida de aventura, donde lo imposible se hace realidad, donde
podremos descubrir cada día el eterno amor del Padre, disfrutar de una
permanente victoria y descubrirnos a nosotros mismos como hijos de la fe, de la
revelación, con un sentido de misión y destino eterno.
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