martes, 5 de abril de 2016

La promesa del consolador


“Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Juan 14:15-17)

Sólo Dios puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro ser, y nos ha dado para esto, un regalo muy especial, una tierna y permanente compañía que nos trae consuelo, abrigo, motivación, descanso, dirección y limpieza, nos muestra la verdad, nos corrige y doblega nuestro ser interior ante Él, con el único propósito de dirigirnos hacia la armonía y salud total características de la persona de Jesús, cuya obra comienza a manifestarse a través de nuestra vida. Todo esto lo hace la maravillosa persona del Espíritu Santo.
Jesús pronto iba a dejar a sus discípulos, pero se sentía seguro conociendo que nada les haría falta, pues todo lo tendrían con su Santo Espíritu. Él los cuidaría y guiaría ahora, los mantendría en la verdad, les recordaría sus enseñanzas. Nada pudo tranquilizar más a los entristecidos discípulos que saber que la presencia divina vendría a morar en cada uno de ellos. Aunque no podían imaginar cómo sería, habían aprendido a creer lo que no entendían.
Así también, la misma promesa es para nosotros. Ya hemos recibido al Espíritu Santo cuando aceptamos a Jesucristo como Señor y Salvador de nuestras vidas, pero ahora es necesario entregarle el control de todo nuestro ser para que Él nos llene y manifieste la vida de Cristo en cada uno. Esto implica mudarnos, cambiarnos, transformarnos en nuevas personas, así como sucedió a los apóstoles en Jerusalén.

Rindamos entonces el control de nuestra vida al Espíritu Santo, disponiéndonos a obedecerle momento a momento. Entonces, Él podrá tomar todo de nosotros y ayudarnos a vivir como Dios quiere, llevándonos a la dimensión de lo sobrenatural, experimentando una vida de aventura, donde lo imposible se hace realidad, donde podremos descubrir cada día el eterno amor del Padre, disfrutar de una permanente victoria y descubrirnos a nosotros mismos como hijos de la fe, de la revelación, con un sentido de misión y destino eterno.

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