“Examíname,
oh Dios y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en
mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23-24)
La
Biblia plantea que Dios es un Dios de orden, y que todo lo que hace tiene un
propósito de amor y bendición; Él no improvisa con ninguno de sus hijos, y para
cada uno tiene planes que incluyen una vida con sentido y felicidad, pues
ninguno de nosotros fue creado al azar. Cuando se trata de conocer los planes
de Dios para nuestra vida, es importante nuestra disposición incondicional para
hacer su voluntad, así viviremos bendecidos en todo lo que emprendamos.
Lamentablemente, muchos no tienen en cuenta a Dios en sus planes y otros, quizá
peor aún, conociendo su amor y sabiduría, no someten sus decisiones a Dios, no
elaboran sus planes en oración, y muchos menos, piden su consejo con la
disposición plena de hacer su voluntad.
Dios
está esperando que como el rey David, expongamos nuestros pensamientos,
sentimientos, decisiones, planes, sueños y metas ante Él; que encomendemos
nuestros caminos en sus manos, para que nos guíe a feliz puerto, para que en
todo seamos prosperados, para advertirnos de peligros, para prepararnos para
las pruebas, para darnos la seguridad y fortaleza que necesitamos para
enfrentar con victoria todas las situaciones de la vida. Ahora bien, es
necesario recordar que los planes de Dios Padre están muy por encima de los
nuestros y que su propósito es hacernos felices y darnos todo aquello que hemos
anhelado y aún, mucho más, en el momento justo, en el tiempo preciso, donde
todo es bendición para nuestra vida.
Esta
determinación de colocar la vida y las decisiones en manos del Señor, y la
disposición de obedecerlo en todo, nos guardará del peor obstáculo que podemos
tener y del peor enemigo para el cumplimiento de los planes de Dios en nuestra
vida: Nuestro propio corazón. Dios conoce hasta las intenciones de nuestros
pensamientos y sabe que nuestro corazón es impredecible y que nos puede
engañar. Por eso, reiterativamente nos invita: “Dame, hijo mío, tu corazón y
miren tus ojos por mis caminos” (Proverbios 23:26).
También
el rey David nos da ejemplo cuando permite que el Señor examine el estado de su
corazón, y reconoce su debilidad y su tendencia al mal, comprendiendo que la
única manera de ser guardado es dejar que Dios lo guíe paso a paso. Esta es la
tarea del Espíritu Santo, y por eso nuestra vida debe ser rendida momento a
momento a su soberanía. Pero el más conmovedor y maravilloso ejemplo es el
mismo Señor Jesucristo, quien sometió plenamente su voluntad a la de su Padre,
por amor, en una constante oración, en una vivencia permanente: “Hágase tu voluntad
y no la mía”.