sábado, 11 de junio de 2016

Dios nuestra fortaleza y confianza



“Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble”. (Zacarías 9:12)


En la antigüedad, las prisiones eran cisternas secas, estanques cavados en la tierra o en piedras, lugares nada confortables, que ofrecían estadías en condiciones muy precarias a quienes eran privados de la libertad y destinados a sufrir por largo tiempo un verdadero infierno.
Si hacemos un paralelo a lo que era nuestra vida antes de recibir a Jesucristo, nuestra vid, tal vez nos sintamos identificados con esta clase de prisión; pero gracias a su luz salvadora, hoy disfrutamos de la libertad total, que nos permite alcanzar nuestros sueños y anhelos más grandes. Recordemos siempre que Cristo murió por nuestra libertad y no caigamos en el error de volver a la prisión, dejando que las dificultades, problemas o crisis del pasado nos sumerjan nuevamente en la cisterna, destruyendo nuestras esperanzas.
El hijo de Dios debe tener siempre la certeza de la victoria en su vida, pues ésta la recibimos de Cristo, el victorioso que venció la muerte y que hoy vive en nuestro corazón, quien afirma nuestros pasos para la batalla y nos fortalece para no desmayar; él es la roca que nos salva de la adversidad, cuando buscamos refugio en ella (Salmo 31:2) allí estaremos tranquilos y confiados, porque si lo dejamos actuar experimentaremos sanidad, y nuestro corazón se llenará del inconfundible amor de Dios, capaz de restaurar cualquier quebranto en nuestra vida y convertirlo en la más grande bendición. Sólo Dios puede hacer florecer el desierto que para algunos es su vida.
Entréguese hoy a Dios; confíe, pues aunque usted se soltara de su mano, él nunca lo soltará de la suya; él lo llevará por el camino de la felicidad, haciendo de usted un hombre nuevo, capaz de encarar cualquier desafío de la vida.

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