“Él
sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”. (Salmo 147:3)
Los
hijos de Dios somos muy privilegiados al saber que tenemos un Dios, que está
interesado en nuestro bienestar. Un Padre amoroso, que nos recibe como hijos
necesitados, nos abraza, sana nuestras heridas y enjuga nuestras lágrimas,
esperando luego que le sonriamos, llenos de cariño y gratitud.
Todos
los seres humanos necesitamos ser tratados por el “médico por excelencia” solo
Él cicatriza todas nuestras heridas, mengua nuestro dolor y nos hace ver las dificultades
como verdaderos trampolines hacia la victoria. Por ello, presentarnos delante
de él cada día, anhelando su presencia y buscándola de corazón sincero;
aprender a deleitarnos cada momento de nuestra vida en sus tiernos brazos, es
el primer paso hacia una restauración total.
Al
deleitarnos en Su presencia cada día, aprendemos a confiar, descansar y a creer
que ninguna dificultad, por grande que sea, tiene el tamaño de Dios; entonces
podremos extasiarnos en Su compañía experimentando gozo y fortaleza,
adquiriendo una dimensión de dominio sobre cualquier problema, esperando con
certeza la pronta respuesta que vendrá. Aprendamos a dejar nuestras cargas en
las manos de Dios; descansemos en Él; permitámosle actuar; dejemos de oír la
voz del desánimo, la preocupación o la derrota.
Finalmente,
pongamos nuestra fe en acción. Comencemos a pensar, actuar y decidir como
hombres y mujeres nuevos. Tengamos presente, hoy más que nunca, el ver las
dificultades como las mejores oportunidades que nos da Dios, para experimentar
que hemos aprendido a depositar nuestra fe en un Dios poderoso y verdadero,
para quien nuestras «gigan
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