“¡Cuán
preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se
amparan bajo la sombra de tus alas. Serán completamente saciados de la grosura
de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo
está el manantial de la vida; En tu luz veremos la luz”. (Salmo 36: 7-9)
¡Qué
esperanzadoras palabras! ¡Qué hermosa verdad! Hay provisión en Dios para la
profunda necesidad del hombre. Hay respuesta para la grave crisis que atraviesa
nuestra nación. En su gran amor e infinita misericordia, hay solaz, refugio y
paz. Su presencia nos llena de plenitud y provisión. Cerca del Señor
encontramos la luz que disipa tinieblas; escondida en él encontramos la vida
misma; no necesitamos buscar nada más, porque su amor nos llena y nos suple.
Debemos
disponernos cada mañana para buscarlo y entrar a su presencia, donde veremos
su gloria y experimentaremos Su poder sanador y restaurador, proyectándonos a
una vida de victoria integral.
David,
un hombre de gobierno, cuya formación militar lo convirtió en un ser
estratégico y rudo, logró comprender a través de la revelación del
Espíritu Santo, que su fuerza, poder y victoria en las batallas no radicaban
en lo que tenía, poseía o sabía, sino en acogerse cada día a la preciosa
misericordia de Dios y ampararse bajo la sombra de sus alas.
No
escatimemos entonces esfuerzo alguno para ir al encuentro de nuestra propia
sanidad, porque bien es cierto que está permanentemente dispuesta para
nosotros, pero es necesario que asumamos el compromiso y la decisión de
buscarla. Tomemos entonces la decisión, y con humildad reconozcamos nuestra
necesidad de caminar hacia la Fuente y recibir la provisión.
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