viernes, 3 de junio de 2016

El Verdadero Asesino De Jesús



Hace aproximadamente dos mil años, Jesús estaba en manos de los soldados romanos. Los judíos le habían llevado a juicio y acusándole ilegalmente consiguieron la pena de muerte.

Pilatos, consciente de la injusticia al crucificar a un inocente, le da a Jesús la oportunidad de presentar su defensa, pero Él simplemente guarda silencio, renuncia a sus derechos y recibe su sentencia; La Cruz y todo el sufrimiento que ella acarrea.

Jesús enfrentó una muerte cruel e injusta. El hijo de Dios, aunque tenía toda la autoridad para bajarse de esa cruz y juzgar a sus verdugos, fue como oveja al matadero. A diferencia nuestra, Él no cometió pecado, y por lo tanto esos cargos no le pertenecían y mucho menos la corona de espinas o la lanza en el costado.
Pero Cristo al tomar la cruz, también tomó nuestro lugar y pagó nuestra deuda con su propia vida, Él se entregó y sufrió el castigo para que nosotros fuésemos libres.

A diferencia de lo que muchos creen; a Jesús no le mataron los judíos, los romanos o la multitud que aclamaba a Barrabás, a Jesús no le matamos nosotros, con nuestros actos injustos o indiferencia. En realidad Jesús se entregó a sí mismo, lo hizo de manera voluntaria y por amor a ti y a mí. Él al guardar silencio; tomó los cargos que nos acusaban, junto con la condena y el castigo que merecíamos. Esa cruz no era de Jesús, esa cruz era tuya y mía.

Al recordar la muerte y resurrección del hijo de Dios, nos damos cuenta que su amor y entrega cambió nuestras vidas y eternidad. El valor de su sacrificio es inestimable, como lo es la persona que conoce a Cristo como su Salvador.

Hagamos de cada día, la oportunidad perfecta para reflejar el mensaje de Cristo y su sacrificio. Jesús pagó voluntariamente el precio para que tú y yo fuésemos salvos, paguemos el precio para que otros lo sean también.


Juan 10:17-18 ”Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla. Éste es el mandamiento que recibí de mi Padre”.

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