“La
lengua de los sabios adornará la sabiduría; más la boca de los necios hablará sandeces”. (Proverbios 15:2)
Hemos
oído infinidad de veces que una acción vale más que mil palabras; sin embargo,
una palabra dicha en el momento adecuado y de manera oportuna, puede evitar enojos, confusiones y llenar a la
persona que nos escucha de ánimo y alegría.
Nuestras palabras y dichos se convierten en semillas de bien o de mal,
que en el corazón de nuestros seres queridos, al pasar el tiempo, germinarán y
darán fruto, el mismo que será dulce y apetecible o amargo y no deseable. Si
amamos a nuestra familia, debemos practicar con ella un lenguaje de bendición.
Como
hijos de Dios, cultivemos la costumbre
de hablar siempre palabras positivas y de bendición, así levantaremos a los
nuestros en un ambiente de paz y tranquilidad. La palabra hablada de acuerdo
con lo que dice la Escritura tiene un enorme poder creativo, de forma tal que
siempre nos sucederá lo que atemos con los dichos de nuestra boca. Como padres
esta responsabilidad será mayor, porque somos los encargados de transmitir con
palabras a diario vida o muerte a nuestros hijos y a quienes nos rodean.
Nuestra
necedad al hablar puede llevarnos a destruir su autoestima, ofenderlos con
apodos o a través de anuncios desalentadores con respecto a su futuro. Muchas
veces, enseñando este principio, muchas personas me han preguntado: ¿Y cómo
hacer para expresarme bien y decir lo correcto a la persona correcta y en el
momento indicado? La respuesta nos la da el Señor Jesús cuando enseña que de la
abundancia del corazón habla la boca. No se trata de proponernos simplemente o
de pensar bien antes de hablar. Se trata de revisar el estado de nuestro
corazón, pues de él salen las motivaciones más profundas que nos llevan a
hablar y a actuar, allí residen nuestras intenciones más íntimas, lo que en
realidad somos. Por eso, el Señor reiterativamente nos pide que rindamos
nuestro corazón a Él, lo sometamos a tu voluntad, pues en esa medida será
limpiado, sanado, restaurado y transformado en un corazón sensible, amoroso,
íntegro como el de Jesús.Que esta sencilla reflexión lo lleve a abrir la
inagotable fuente de bendición que usted posee a través de sus palabras, para
todos aquellos a quienes ama y a todos los que encuentre a su paso cada día.
Nuestras palabras son instrumentos que Dios nos ha dado para manifestar su amor
al mundo. Comencemos expresando a nuestro cónyuge, padres, hijos, cuánto los
amamos, lo orgullosos que estamos de sus logros, lo interesados que estamos en ayudarlos a levantarse cuando
resbalen. Empecemos ya pronunciando bendiciones y deseando lo mejor para ellos
cada día.
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