Cuando el Señor nos revela algo, existe un entusiasmo
extraordinario que cursa a través de nuestro ser. En el momento en que
recibimos esa palabra no hay duda, ni temor y ni vacilación para creer. En
nuestra mente, lo que Dios ha hablado a nuestros corazones, lo que Él nos ha
revelado es seguro que ocurrirá. En nuestra euforia y emoción incluso podemos
compartir con otros lo que Dios ha dado. Pero luego viene la prueba, la prueba
del tiempo. Si requiriéramos únicamente esperar unos minutos, unas horas o
incluso unos pocos días podríamos fácilmente esperar en esa promesa. Pero en
algunos casos pueden pasar años antes de que la palabra susurrada de Dios venga
a suceder. Y en nuestra humanidad, nuestra fragilidad, dudas y temores surgen.
Cuando estamos muy alejados desde el momento de la revelación incluso comenzamos
a preguntarnos si realmente hemos oído a Dios del todo. El autor del libro de
Josué recordaba a los israelitas que Dios nunca había fallado en mantener Su
Palabra a ellos. Cada cosa que les habló aconteció. Y amigo, cada cosa que Él
ha venido a hablar a ti va a suceder.
Josué 21:45 No faltó palabra de todas
las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se
cumplió.
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