Hoy el mundo mira con gran
preocupación lo que está pasando con nuestros jóvenes, cómo los estamos
perdiendo, cómo se alejan cada día más de aquellos valores trascendentales y eternos
que dan solidez y estabilidad a la vida y a todo tipo de institución
establecida por el ser humano. No logramos explicarnos en qué momento nuestros
niños y jóvenes están optando por el pandillaje y el crimen, la drogadicción,
el homosexualismo y la prostitución, los negocios peligrosos, los juegos
violentos, los deportes extremos, y todo aquello que los llene de “emoción”,
así sea por un instante, no importando que el precio a pagar sea su vida o la
de los demás. Pero lo más grave, es quizá, la impotencia, el desánimo y hasta
la indiferencia por la que muchos padres están optando al no tener idea de como
hacer frente a la apremiante necesidad que los jóvenes están demandando de una
respuesta efectiva a sus grandes interrogantes y a sus insaciables demandas.
Cuando Dios creó al hombre y a la
mujer, les dio el precioso privilegio de ser padres, como una de sus funciones
en esta tierra. Como Creador del hombre proyecta sobre él su propia imagen, y
parte de ésta es que el hombre comparta su maravilloso atributo de la
Paternidad. Dios es Padre perfecto, así que también es el único que puede
enseñarnos a ciencia cierta, cómo ejercer esta solemne responsabilidad con el
fin de conquistar el corazón de nuestros hijos. Si disponemos nuestro corazón
para ser enseñados por Dios, para cambiar actitudes y motivaciones equivocadas
hacia nuestros hijos, para buscar con todas las fuerzas que el Señor nos da, la
reconciliación, el amor y la unidad al interior de nuestros hogares, evitaremos
grandes calamidades y profundos dolores y, por el contrario, disfrutaremos de
la bendición permanente de salud, prosperidad y paz que Dios ha dispuesto para
cada familia sobre la tierra.
¿Desea usted que sus hijos se
conviertan en una hermosa bendición para su familia, para la sociedad y para el
mundo? ¿Qué se transformen en un instrumento para glorificar a Dios? Le invito
a que vuelva su corazón a su Padre Dios, en un amor ferviente y en una
obediencia y sujeción incondicional.
0 comentarios:
Publicar un comentario