Después de la caída del hombre en el jardín, Dios estuvo obligado a
separarse de Adán y Eva, pues Su Santa Presencia no podía permanecer en
comunión con la reciente condición pecadora de Su mayor creación. El hombre
procedió a caer en un grado tan devastador que era imposible que pudiera obrar
para regresar hasta una posición de justicia aceptable a Dios. Incluso, cuando
se dio la Ley bajo Moisés, lo mejor que podía hacer esta, era definir la injusticia
del hombre. La Ley no tenía la capacidad, a pesar de que era justa y santa en
sí misma, para salvar al hombre, porque el hombre no podía cumplir con sus
preceptos. Pero cuando Jesús vino, Él estableció un estándar de Justicia que
superó con creces la Ley. Y ahora Él mismo, siendo el estándar de Justicia del
Nuevo Pacto, ofrece a cada Creyente Su Posición de Justicia a cambio de la Fe
que se expresa en Su Persona como Salvador y Señor. Su excesiva y sobrepasadora
Justicia se traga a la Ley como un estándar más bajo de Justicia. De buena gana
imputa Su Justicia por la Fe a través de la Gracia a cada Creyente, haciendo
posible otra vez una relación con Dios. Así que la Gracia no me exime de vivir
en Santidad. La Fe y la Gracia hacen que el Creyente se convierta en un siervo
del verdadero estándar de Justicia establecido por la Persona de Cristo, que
supera con creces las justas demandas de la Ley
Romanos 6:18
Y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
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