sábado, 13 de febrero de 2016

La más grande salvación



“Jehová redime el alma de sus siervos, y no serán condenados cuantos en él confían” (Salmo 34:22) 

Hay hermosas historias de valor y de encomiable nobleza, en las que algunos hombres se han comprometido con la vida de otros que no tenían ninguna oportunidad. Parejas que han brindado todo su amor a un niño enfermo o limitado, adoptándolo como hijo; padrinos que han invertido todo lo que tienen para apoyar a un joven científico o artista, o personas que han entregado posesiones por liberar a otros que se encontraban presos o en cadenas de esclavitud. Pero la más grande redención, entendiendo ésta como el pago de un precio por la libertad, fue aquella en la cual Jesucristo entregó su vida y derramó su preciosa sangre por nosotros, cuando, según la misma palabra de Dios, éramos sus enemigos y vivíamos ajenos a sus enseñanzas y a su amor. Nos encontró aunque no le buscábamos, nos sanó aunque no se lo pedimos, nos salvó aunque no lo merecíamos. Quitó el pecado que nos esclavizaba para poder presentarnos libres al Padre, y ya limpios, sanarnos, restaurarnos y transformarnos en hombres y mujeres nuevas. Además, su propósito es capacitarnos y habilitarnos sobrenaturalmente a través de su Santo Espíritu, para ser sus siervos, sus ministros, sus representantes ante el mundo. Todo esto sucede a partir de una respuesta del hombre al amor de Dios. Cuando el ser humano se acerca a Dios, conoce y recibe su maravilloso e incomparable amor manifestado en la redención que le trae perdón y libertad, entonces su corazón puede confiar firmemente en sus promesas de bendición y comienza a actuar en obediencia a sus instrucciones, sin apartarse de ellas ni a derecha ni a izquierda. He aquí, la verdadera confianza que Dios premia. ¿Desea usted sentirse libre, sano y con un nuevo corazón capaz de perdonar, de recibir y prodigar amor? Entonces acérquese con libertad a su Papá Dios, reciba el regalo de su amor y confíe plenamente en sus promesas de bendición. 

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