Para las personas que vivieron en la
época de Jesús, la humanidad estaba dividida en dos grupos: los “judíos”,
prácticamente los únicos que creían en el Dios único, y aquellos a quienes
ellos llamaban los “griegos”, es decir, los pueblos paganos que tenían
religiones politeístas. Luego los que por la fe creyeron en el Señor Jesús,
formaron una tercera categoría: los cristianos.
La religión judía era el “redil”, el
aprisco donde las ovejas estaban protegidas, pero también como encerradas. La
voz del buen Pastor resonó en ese aprisco. Entonces hubo ovejas que oyeron y
siguieron al Señor Jesús, el “Buen Pastor”, quien dio su vida por sus ovejas
(Juan 10:1-30). Su voz también fue oída al exterior de ese aprisco, y “otras
ovejas” fueron traídas de otros pueblos. Ahora existe un solo rebaño reunido
gracias a los cuidados y al poder del único Pastor.
¡Esta es la unidad de los cristianos!
También está representada por la imagen de una única familia que tiene a Dios
como Padre, y por la de un único cuerpo cuya cabeza es Cristo. Pero hay una
ternura muy especial en el hecho de que el único rebaño de creyentes, en la
tierra, pertenezca enteramente al Señor. Y en medio de ese inmenso rebaño, cada
oveja está unida individualmente al Pastor en una intimidad que solo ella conoce.
“A sus ovejas llama por nombre” (Juan 10:3). Jesús nos asegura: “Yo soy el buen
pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (v. 14).
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