“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová,
esa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus
hechos” (Proverbios 31:30-31)
En su infinito amor, Dios creó a la mujer obedeciendo a un plan perfecto
que tenía por objetivo completar y perfeccionar la creación y bendecir al
hombre. Nuestro Padre consideró que no era nada bueno para el hombre, y por
tanto para la sociedad, estar solo. Dios no encontró otra ayuda más idónea y
perfecta para el hombre en su tarea de administrar el mundo, como la mujer. Le
dio una naturaleza sensible y maternal capaz de ejercer una poderosa influencia
en las personas y en el entorno. Le creó a su imagen y semejanza, capacitada
para dar y prodigar ese amor que Él puso en cada una, de tal forma que pudiera
transmitir bendición, belleza y armonía a su alrededor.
Sin embargo, muchas mujeres desconocen su origen en Dios y no tienen en
cuenta su naturaleza espiritual para conocerla, cultivarla y desarrollarla.
Buscan desesperadamente la vida con sentido y felicidad que sólo Dios puede
darles, en satisfacciones pasajeras, viviendo para el momento, dándole
trascendental importancia a lo material y temporal, lo cual le produce una
profunda sensación de vacío, temor y soledad.
Pero Dios, en su gran misericordia, hace un ofrecimiento de vida y salud
total para toda mujer que se acerque a Él, reconozca que le ha perdonado a
través de su Hijo, quien es su Salvador, y haga una entrega genuina de su vida
a Cristo. Tal como dijo a la mujer samaritana en el hermoso pasaje bíblico de
Juan 4, Jesús sigue ofreciendo a toda mujer, la fuente de su verdadera
felicidad y realización: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener
sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que
el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna”
¿Desea usted recibir verdadera admiración? Cultive su belleza interior,
la que viene de un espíritu conectado con Dios.
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