Cierto día un joven
ofreció un tratado bíblico a un hombre mayor; este lo aceptó amablemente y le
dijo:
–En otro tiempo yo
también distribuí a menudo tratados de este tipo, pero nunca supe si alguien
halló al Señor por este medio. El joven le respondió:
–Quizá le interese
saber cómo fui llevado al Señor.
–Por supuesto,
respondió el hombre mayor.
–Fui criado en una
familia cristiana, pero no quería escuchar hablar de la fe. Debido a mi
trabajo, un día tuve que venir a esta ciudad, y un hombre me dio un tratado
titulado: «La sangre de Cristo». Lo metí en el bolsillo de mi chaqueta sin
darle ninguna importancia. Algunos meses más tarde, al volverme a poner la
misma chaqueta, encontré la hoja y la leí varias veces. El Señor la utilizó
para convencerme de mis pecados y llevarme a él. Desde entonces mi Salvador es
mi gozo y distribuyo tratados para compartir con otros la felicidad que él me
ha dado.
Aquel hombre
escuchaba al joven con lágrimas en los ojos. Después de guardar silencio un
momento, dejó su emoción de lado y dijo:
–Joven, ¡míreme
bien! Este lo miró de frente y muy sorprendido exclamó:
–¡Oh, pero si fue
usted el que me dio el tratado!
–Efectivamente. El
Señor acaba de mostrarme un resultado de mi trabajo. Por lo tanto voy a
continuar con lo que había interrumpido hace algunos años. ¡No debí haberme
desanimado!
0 comentarios:
Publicar un comentario