Vuelve ahora en
amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien. Toma ahora la ley de
su boca, y pon sus palabras en tu corazón” (Job 22:21-22)
Uno de los males que con más frecuencia
agobian a los seres humanos en este afanado siglo XXI, es ese disturbio
interior, esa tensión gigantesca, llamado “estrés”. Es común oír decir por
doquier: “Me siento muy nervioso, agotado, no puedo dormir”. Y es igualmente
frecuente que las personas acudan a su médico o al psicólogo y recibir
respuestas como: “Lo que usted necesita es un descanso”, “Olvídese de sus
problemas”, “Pida unas vacaciones y relájese”. Lo cierto es que inútilmente los
seres humanos en estas condiciones recurrimos a un sinnúmero de soluciones que
si bien algunas de ellas nos traen algún bienestar pasajero, no pueden tratar
la verdadera causa de la angustia y la ansiedad que acompañan la vida del ser
humano. Hoy tenemos que recordar las sabias palabras de un gran líder religioso
que nos aclara cuál es el verdadero descanso que todos necesitamos experimentar
permanentemente: “Nos creaste para ti, oh Dios, y nuestro corazón andará en
desasosiego hasta que no repose en Ti”.
A lo largo de todos estos años de
continuo aprendizaje acerca de las enseñanzas plasmadas en la Palabra de Dios,
me he dado cuenta que el descanso no se halla en un lugar, en hacer o dejar de
hacer cosas; el verdadero descanso se centra en una persona: Jesucristo. Él es
el Príncipe de paz, es el que nos ofrece una paz que sobrepasa el entendimiento
humano, una paz sobrenatural, que el mundo no puede dar. Es también quien hace
la invitación a todo aquel que, en cualquier época o circunstancia, se sienta
cansado, exhausto a causa del trabajo o agobiado por las cargas de la vida, que
experimente verdadera paz y el verdadero descanso en su presencia.
La manera como opera este descanso
que Dios da a través de Jesucristo, es colocándonos en contacto con su
presencia, donde nuestra atención se concentra en la voz divina. Escuchamos su
verdad liberadora que nos proporciona paz, alegría y esperanza. Disponemos el
corazón para seguir la instrucción y el consejo recibido. Experimentamos el
poder de lo alto para ejecutar lo bueno y lo justo a los ojos de Dios y luego,
al cerrar los ojos en la noche, nada nos puede robar la paz que sentimos cuando
hemos obrado en obediencia e integridad delante de nuestro Creador y Dios.
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