“Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y
los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua
eternidad” (Daniel 12:3)
En la Biblia, la palabra de Dios,
siempre se ha dado una importancia preponderante a la enseñanza, como la base
no sólo de la cultura y el desarrollo de los pueblos, sino más allá de eso y en
el sentido más profundo, como la base de la libertad individual y social. Es
por eso, que gran parte del ministerio del Señor Jesucristo, así como el de sus
discípulos, fue dedicado a la enseñanza.
Es la falta del conocimiento supremo,
de las verdades divinas que sanan y hacen libres a los hombres, la causa por la
cual el ser humano vive sin trascendencia ni propósito. Es la ausencia de la
sabiduría “que viene de lo alto”, la causa por la que el hombre, a pesar del
notable desarrollo de la ciencia y la tecnología, no pueda vivir mejor, sino
por el contrario, tienda a autodestruirse, atente contra las instituciones más
sagradas que dan permanencia y estabilidad a la sociedad como es la familia, y,
en fin, no haya podido preservar ni mejorar la creación que le fue entregada.
Oseas 4:6 dice: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”
Sin embargo, los hijos de Dios
estamos llamados a seguir el ejemplo del Señor Jesús, haciendo de la enseñanza
nuestro modo de vida. Si entendemos que es el conocimiento de las verdades y
principios universales y eternos, plasmados en la palabra de Dios, los que
pueden cambiar al ser humano, al brindarle una nueva identidad en Cristo Jesús,
que le hace verdaderamente libre, transformándole desde su ser interior; y si
comprendemos que es también esa enseñanza la que puede cambiar las costumbres
de un pueblo y hacerlo libre de los regímenes manipuladores que se establecen
con base en el miedo y la ignorancia de las gentes, entonces estaremos haciendo
un invaluable aporte para que los hombres y los pueblos disfruten del precioso
don de la libertad que sólo Dios nos puede dar.
Viva para aprender, aplicar y enseñar
las verdades transformadoras de Jesús. Entonces, su influencia nunca terminará,
su memoria jamás se olvidará, por el contrario, su resplandor brillará a
perpetua eternidad.
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