martes, 2 de febrero de 2016

VALE LA PENA ESPERAR EN ÉL


“Tú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. Contigo desbarataré ejércitos, y con mi Dios asaltaré muros. En cuanto a Dios, perfecto es su camino, y acrisolada la palabra de Jehová; escudo es a todos los que en él esperan” (Salmo 18:28-30)

PASAJE COMPLEMENTARIO: Salmo 37:3-9; Isaías 40:28-31
Esperar en el Señor es la respuesta natural de aquel que tiene fe, que se ha liberado del egocentrismo dejando de depender de su propio “yo”, decidiendo no apoyarse más en su mente finita y limitada. Esperar es la actitud natural del que se siente verdadero hijo de Dios.
Cuando en el proceso de acercarnos a Dios entendemos por fe y por revelación que somos hijos y comenzamos a disfrutar de esta nueva relación con Él, podemos trascender a un plano superior de vida, donde los milagros se vuelven nuestro “pan de cada día”. Somos libres del miedo que las diferentes circunstancias de la vida pudieran producirnos, pues entendemos que si bien, en el mundo tendremos aflicciones, Él, nuestro Padre, ha vencido al mundo.
Además, es evidente que el Señor desea formar en nosotros sus hijos, la constancia y la perseverancia, ya que estos son virtudes que nos llevarán siempre a tener victoria en todos los aspectos de nuestra vida y finalmente, habiendo insistido en hacer la voluntad de Dios, recibir aquello que nos ha prometido. De ahí, que se nos coloca también como ejemplo al agricultor, quien prepara la tierra, siembra la semilla, aguarda con paciencia las temporadas de lluvia, y espera pacientemente a que la tierra dé su precioso fruto. Pero si aún con todo esto, la espera nos parece dura, sólo por un momento meditemos en la paciencia que Dios ha tenido con cada uno de nosotros, como lo expresa Isaías 30:18: “Por tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros… porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los que confían en él”.

Como hijos estamos llamados entonces, a esperar confiados y esto implica una búsqueda permanente de su presencia a través de la oración y la Biblia. La Palabra de Dios se vuelve el deleite y la necesidad más urgente para el hombre de fe, que se sabe hijo de Dios. Busca permanecer en ella, la lee y la estudia diariamente. Cultiva el hábito de escudriñarla con cuidado y profundidad. Comprende que toda la Escritura es pura, perfecta y le señala el camino correcto, por el cual puede andar con toda seguridad, convirtiéndose ella en su más grande escudo y fortaleza. 

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