martes, 16 de febrero de 2016

Unidos con Jesucristo




“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (Juan 15:7)

Muchas personas no alcanzan a comprender que Dios es Rey supremo y como tal, no puede dársele otro lugar en la vida, en la familia, en la empresa o en la nación, que no sea el primero y el más importante, el lugar de mando y dirección, como Gobernante y Jefe. El ofrecimiento que Jesús hace a todos los seres humanos, a través del cual promete darnos vida abundante, con sentido y felicidad, implica necesariamente reconocerlo como Salvador y recibirlo como Señor de nuestra vida. Señor, Soberano, Rey y Dueño, no sólo en el sentido absoluto de su deidad, sino en el sentido aplicativo como maestro, guía, director, entrenador, de nuestra vida.
También en el Antiguo Testamento, Dios se manifestó a su pueblo de la misma manera, como el Dios Omnipotente, Jehová (Yahvé), el Dios absoluto, el Dios del pacto eterno, el que es y sería por siempre, para su pueblo, fuente de amor y de toda provisión. La respuesta del hombre a la misericordia de Dios estaría condensada en el primer y más grande mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37) Se establece entonces una relación de amor mutuo, que para el hombre representa tener un respeto profundo y temor reverente a la palabra de Dios. Esta se vuelve la guía, a través de la cual Él cumple sus perfectos planes en nosotros, sus hijos. Tal como al plantar una hilera de fríjoles, los zarcillos empiezan a salir, moviéndose de arriba abajo, buscando a tientas algo en qué apoyarse, o de lo contrario, colapsan en la tierra o se enredan alrededor de sí mismos, echándose a perder la cosecha, así los seres humanos no podemos vivir sin la dirección de su Palabra.
Así como los zarcillos, al encontrar un polo que les orienta en la subida, ascienden cada vez más alto, se ensanchan y fructifican, la dirección de la palabra de Dios es el eje rector a través del cual el Espíritu Santo va entrelazando al hijo de Dios para que su vida se vuelva como la de Jesús, totalmente fructífera. Es aquí donde la planta se desarrolla y se materializa el don de vida, en un hermoso fruto. Es aquí donde la bendición del hijo de Dios que obedece su Palabra, se manifiesta en todo lo que hace, recibiendo aún más de lo que pudiera anhelar.

Comprender esto me llevó desde hace muchos años a pedirle a Dios ya no las cosas materiales, sino un corazón en el cual su Palabra pudiera reinar, y así, he podido disfrutar de todas sus bendiciones.

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