“Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.” (Juan
15:7)
Muchas personas no alcanzan a
comprender que Dios es Rey supremo y como tal, no puede dársele otro lugar en
la vida, en la familia, en la empresa o en la nación, que no sea el primero y
el más importante, el lugar de mando y dirección, como Gobernante y Jefe. El
ofrecimiento que Jesús hace a todos los seres humanos, a través del cual
promete darnos vida abundante, con sentido y felicidad, implica necesariamente
reconocerlo como Salvador y recibirlo como Señor de nuestra vida. Señor,
Soberano, Rey y Dueño, no sólo en el sentido absoluto de su deidad, sino en el
sentido aplicativo como maestro, guía, director, entrenador, de nuestra vida.
También en el Antiguo Testamento,
Dios se manifestó a su pueblo de la misma manera, como el Dios Omnipotente,
Jehová (Yahvé), el Dios absoluto, el Dios del pacto eterno, el que es y sería
por siempre, para su pueblo, fuente de amor y de toda provisión. La respuesta
del hombre a la misericordia de Dios estaría condensada en el primer y más
grande mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37) Se establece entonces una relación de
amor mutuo, que para el hombre representa tener un respeto profundo y temor
reverente a la palabra de Dios. Esta se vuelve la guía, a través de la cual Él
cumple sus perfectos planes en nosotros, sus hijos. Tal como al plantar una
hilera de fríjoles, los zarcillos empiezan a salir, moviéndose de arriba abajo,
buscando a tientas algo en qué apoyarse, o de lo contrario, colapsan en la tierra
o se enredan alrededor de sí mismos, echándose a perder la cosecha, así los
seres humanos no podemos vivir sin la dirección de su Palabra.
Así como los zarcillos, al encontrar
un polo que les orienta en la subida, ascienden cada vez más alto, se ensanchan
y fructifican, la dirección de la palabra de Dios es el eje rector a través del
cual el Espíritu Santo va entrelazando al hijo de Dios para que su vida se
vuelva como la de Jesús, totalmente fructífera. Es aquí donde la planta se
desarrolla y se materializa el don de vida, en un hermoso fruto. Es aquí donde
la bendición del hijo de Dios que obedece su Palabra, se manifiesta en todo lo
que hace, recibiendo aún más de lo que pudiera anhelar.
Comprender esto me llevó desde hace
muchos años a pedirle a Dios ya no las cosas materiales, sino un corazón en el
cual su Palabra pudiera reinar, y así, he podido disfrutar de todas sus
bendiciones.
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