lunes, 22 de febrero de 2016

Lo que nunca falla


“Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones” (2 Corintios 1:20-22)

La gran mayoría de los seres humanos desconocen en Dios al Padre cercano y verdadero que nos ofrece una vida con sentido y felicidad, nos reviste de un linaje especial, nos hace poseedores de magníficas promesas de bendición y provee para cada uno de nosotros, un extraordinario propósito para vivir. Esto hace que muchas personas lleven vidas intrascendentes y sin propósito, desconociendo lo que realmente son, “viviendo para sobrevivir”, pudiendo ser, por el contrario, realmente felices, proporcionando felicidad a otros.
Pero es extraordinario saber que hoy tenemos la oportunidad de comenzar de nuevo, de volver a creer, de ser poseedores por la fe en Jesucristo de toda bendición espiritual en los lugares celestiales (Efesios 1:3). Dios ha provisto para cada creyente la más grande herencia, el mayor tesoro: Su Santo Espíritu. Él representa el cumplimiento de todas las promesas juntas dispuestas para el cristiano, y que se reciben única y exclusivamente cuando creemos en Jesucristo, a través de la Palabra de Verdad, del evangelio de nuestra salvación. Él constituye las arras de nuestra herencia, el anticipo de la vida eterna, la garantía de la posesión adquirida. Él es todo lo que nuestro buen Padre quiere darnos, todo lo que un hijo de Dios necesita para sobrellevar las exigencias cotidianas y ser feliz. Él es el manantial de agua viva que quita toda la sed y renueva nuestras fuerzas.
Si hasta este momento albergaba usted alguna duda respecto al cumplimiento de las promesas de Dios, hoy nos queda absolutamente claro que Él ya cumplió. Hoy tenemos una razón más para creer en la veracidad de sus palabras, para comprender que ni una de ellas dejará de cumplirse. Hoy sólo podemos volver nuestro corazón totalmente confiado a nuestro Amado Padre, entregarle nuestra vida y agradecidos, estar dispuestos a seguirle de todo corazón, mientras nos dejamos cautivar de su hermosa aseveración: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13)

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