“He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del
vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la
juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será
avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta”(Salmo 127:3-5)
Ser padres es una de las experiencias más hermosas. No hay palabras para
explicar lo que un nuevo padre siente cuando por primera vez fija su mirada en
los ojos de su hijo recién nacido. Es indescriptible ver esos pequeños seres
humanos brotar como capullos y comenzar a crecer, a aprender y a desarrollar
todo su potencial. ¿Y qué decir de aquel sublime instante cuando sus primeras
palabras son: papá, mamá?
Tenemos que reconocer que ser padres es un privilegio dado por Dios, un
Dios bueno y misericordioso, que nos ha confiado la hermosa responsabilidad de
educarlos, guiarlos y acompañarlos paso a paso, de tal manera que crezcan no
sólo en estatura, sino en sabiduría y gracia ante Dios y ante la sociedad,
hasta que lleguen a formarse en hombres y mujeres de bien, que sean luminares
que resplandezcan en un mundo que se encuentra en tinieblas.
Pero esta labor no podremos cumplirla jamás, a menos que comprendamos
plenamente el significado de los hijos: Son un regalo de Dios para nuestras
vidas, la herencia que Él nos ha dejado para que la cuidemos con tenacidad y
paciencia, para no perderla, para no desperdiciarla, sino por el contrario,
para que crezca y se multiplique.
Dios nos ha dado en su Palabra las instrucciones precisas para no
fracasar y su promesa de estar con nosotros, si le obedecemos. Podemos fallar o
equivocarnos en cualquier tarea que emprendamos en esta tierra, pero no tenemos
derecho a fracasar con nuestros hijos, por cuanto es nuestra obra que perdurará
aún después de nuestra muerte.
¡Nunca es tarde para comenzar! Y recuerde… cuidarles y educarles
correctamente requiere lo mejor de nosotros mismos: tiempo, esfuerzo, recursos,
pero lo más importante es el amor.
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